El dictador de Bioelorrusia lleva más de un cuarto de siglo dirigiendo la vida de casi 10 millones de personas y, como todos los dictadores, no le gusta que le llamen dictador y organiza, de vez en cuando, una puesta en escena de unas elecciones que parecen democráticas y son sólo un pucherazo para que el dictador siga en el poder.
Como a todos los dictadores, no le gusta que le critiquen y no tiene ningún problema si la crítica proviene de alguien que vive en el interior de Bielorruisa, porque lo detiene y lo encarcela. Pero el problema es cuando le critican desde el exterior y es más difícil lo de encarcelar a esa persona que quiere expresarse libremente y desea que lo hagan sus compatriotas. Entonces no ahorra medios, y su última ocurrencia ha sido secuestrar un avión civil, con ayuda de un caza de guerra, y hacerlo aterrizar en Bielorrusia, donde, tras detener a un bielorruso crítico que iba en el pasaje, permitió que el resto de los secuestrados siguieran viaje.
La lentitud de las reacciones internacionales, su cortedad en dejar el asunto en meras condenas orales, y la inoperancia generalizada, me hacen pensar que se abre una nueva etapa de piratería aérea, como aquella de los secuestros de aviones a La Habana. Si nadie toma medidas contra Bielorrusia, ya sabemos que habrá barra libre para el secuestro de aviones civiles, y cualquier sátrapa, cualquier dictador, en el momento en que un avión cruce su espacio aéreo enviará un caza militar, sabiendo que la piratería le va a salir gratis.
Todo el mundo sabe que el primo de zumosol de Bielorrusia es Rusia –regida por otro susceptible cuyos críticos o son asesinados o tienen que superar un envenenamiento– pero también sabemos que, si los más execrables delitos internacionales quedan impunes, si las condenas se quedan en indignaciones orales y acusaciones con destino a la Luna, el delito se extenderá. Y padeceremos la multiplicación del delito, y el vergonzoso deshonor de no haber sabido cortarlo a tiempo.