Hace pocos días los Reyes inauguraron en Vitoria el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, un espacio que perpetúa el recuerdo de las víctimas de esa lacra que asoló a la sociedad española durante años.
El Memorial integra la historia del terrorismo desde 1960: en la dictadura, en la transición y en la democracia y alberga documentación gráfica y audiovisual que analizan las causas, el desarrollo y las consecuencias de los terrorismos que ha padecido España, desde ETA, el GRAPO y el FRAP, hasta el yihadismo, el anarquismo y la llamada guerra sucia.
De todo lo que hay en el Centro estremece la reproducción del zulo donde estuvo secuestrado Ortega Lara, que es la expresión del terror protagonizado por unos desalmados sin entrañes, más cercanos a las alimañas que a los seres humanos, que enterraron en vida 532 días a aquel funcionario de prisiones.
Este espacio también rescata del olvido el nombre de la primera víctima gallega de ETA, el Guardia Civil José Antonio Pardines, aquel “rapaz de Malpica” de 25 años abatido el 7 de junio de 1968, y al cerca del millar de víctimas -68 gallegas- pertenecientes a las Fuerzas de Seguridad del Estado, a la judicatura, al periodismo, a la política y ciudadanos que “pasaban por allí”. Todos ellos, en palabras del Rey, son los pilares éticos que sostuvieron nuestra democracia.
Quiso el azar que la inauguración del Centro de Vitoria coincidiera con la jubilación de dos policías gallegos heridos en los disturbios callejeros de Barcelona en octubre de 2019 al conocerse la sentencia condenatoria a los líderes del procés. El policía de San Cibrao, Ángel Manuel Hernández, no se ha recuperado de las secuelas que dejaron en su brazo izquierdo los impactos de adoquines lanzados desde un edificio. Tiene 45 años.
El antidisturbios de Vigo, Iván A. F. estuvo en coma tras ser golpeado con en la cabeza y le quedaron graves secuelas que le impiden el normal ejercicio como policía, incluso en las oficinas. Esas lesiones le jubilaron a los 42 años.
Son las víctimas de otra forma de terrorismo que tiene su expresión en algaradas callejeras con grandes destrozos urbanos y agresión despiadada a los servidores del orden, que protagonizan activistas que confunden el derecho a manifestarse con la violencia, al más puro estilo anarcofascistoide.
Lo grave es que estos grupos violentos están aleccionados y estimulados en algunos casos (“¡apreteu, apreteu!”) y siempre “comprendidos” desde instancias oficiales catalanas. Es probable que no sepan que el monstruo amamantado en sus pechos algún día se puede volver contra ellos. Pero las primeras víctimas son dos jóvenes policías gallegos heridos en acto de servicio.