Escuchar al presidente Sánchez hacer un balance tan triunfalista de la gestión de su gobierno en el primer semestre y de lo bien que va el país, despierta inquietud. Es verdad que la vacunación funciona, que la economía “rebota” –se recupera el PIB, el empleo y la afiliación a la seguridad social, llega el dinero de los fondos europeos, hay más confianza empresarial…–, pero el presidente omite otros indicadores negativos que determinan la vida y el futuro de la gente.
Si abre los ventanales de la Moncloa se topa con los grandes desequilibrios de la economía española, como la deuda y el déficit, el futuro de las pensiones, el mercado laboral a diferentes velocidades o el modelo productivo centrado en los servicios. Y si sale a la calle y habla con la gente descubrirá que hay muchas personas que están padeciendo las consecuencias económicas del Covid en forma de colas del hambre, de precariedad laboral y salarial, de paro real del 15 por cien –el más elevado de Europa– el paro juvenil que llega al porcentaje irritante del 40 por cien o el desempleo encubierto por los ERTE.
Si pagara de su bolsillo los gastos corrientes también percibiría la carestía de la vida que empieza por la escalada de los carburantes, el precio escandaloso de la electricidad –¡el más alto de la historia!– y de la bombona de butano y acaba en otros productos de primera necesidad. Un informe de la OCDE de la semana pasada concluye que la pandemia ha mermado un 5,4 por cien los ingresos de las familias españoles.
Por tanto, “no es oro todo lo que reluce” en la marcha del país. Hay mucha gente en el paro, 200.000 autónomos que aún no recuperaron la actividad, 9 de cada 10 contratos son temporales y estacionales, la 5ª ola pandémica ya está teniendo repercusiones en la economía, sobre todo en el sector hostelero, y según las previsiones España cerrará el bienio 2020-2021 retrocediendo -5,4 puntos del PIB en términos netos, el doble del -2,6 del conjunto de la UE.
Todo esto tiene “tocados” a millones de españoles que sobreviven angustiados por la incertidumbre e inseguridad radical ante el futuro, afecta a millones de hogares y contradice el optimismo del presidente que lo fía todo a las vacunas y a los fondos europeos.
Llama la atención, además, que un mandatario que presume de que “nadie va a quedar atrás” muestre nula empatía con quienes sufren tantas penurias, señal de que ya padece el síndrome de la Moncloa, ese trastorno que sitúa a sus inquilinos fuera de la realidad que, en palabras del escritor Philip K. Dick, no desaparece aunque la ignores. Tan fuera de la realidad está que su discurso oficial recuerda al “España va bien”, la expresión acuñada por Aznar.