como si hubiesen sido una cita más, la trigésimo segunda de la era contemporánea, los Juegos de Tokio clausurados hace una semana han constituido una exitosa lucha sin precedentes contra los malos augurios. El despliegue para evitar el colapso a causa de la pandemia ha sido espectacular: una cita aplazada durante un año y pendiente de un hilo durante mucho tiempo; cero espectadores; confinamiento de los deportistas salvo para entrenarse y competir en espacios acotados; controles sanitarios exhaustivos a través de diferentes aplicaciones.
Al final, los Juegos pudieron concluir sin tantos sobresaltos como se presumía y abrieron un nuevo ciclo olímpico que desembocará dentro de tres años en Paris. Rememorando el lema olímpico y dirigiéndose a los deportistas participantes, bien pudo decir el presidente del COI, el alemán Tomas Bach, que en estos tiempos difíciles ellos habían proporcionado al mundo “el más precioso de los regalos: la esperanza. Y ello nos da fe en del futuro”.
Se ha tratado, sin duda, de unos Juegos especiales y distintos de ediciones anteriores, desdibujadas éstas desde hace algún tiempo por el afán de batir nuevos récords. En esta ocasión, sin embargo, las marcas pueden haber quedado más en segundo plano en aras del coraje puesto en la problemática organización y celebración de tan gran evento deportivo.
Sobre la actuación de la delegación española bien puede hablarse del vaso medio lleno y medio vacío. Es cierto que nuestros representantes han mantenido su cosecha de medallas: las mismas que en Río y sólo una menos de las conseguidas en Londres 2012, pero con sólo tres oros, la peor cifra desde que se transformó el deporte en España coincidiendo con los Juegos de Barcelona.
Sólo tres campeones olímpicos y en deportes minoritarios, lejos de los trece de la cita de 1992 y de los siete que hubo hace un lustro en Brasil. Importantes bajas en las vísperas mismas de la competición de referentes como Nadal, Carolina Martín y Jon Rahm, más algún otro, podían haber incrementado el medallero más preciado, pero contra los imponderables poco se puede hacer.
De todas formas, en Tokio dejaron su estela nuevos deportistas, que constituyen toda una esperanza para el nuevo ciclo que se abre. Este es el vaso medio lleno que con justicia puede verse. Para nuestro país han sido también los Juegos del relevo generacional. Auténticos mitos se han despedido, al tiempo que han irrumpido jóvenes promesas (un poco lo mismo ha ocurrido en la reciente Eurocopa futbolística). Diecisiete medallas en la capital japonesa, sí, pero también 42 diplomas para quienes se quedaron a las puertas de lograr medalla.
Finalmente habrá que dejar también justa constancia de que estos han sido los mejores Juegos de Galicia: incremento de participantes (21), siete medallistas para seis podios (por los cuatro de Pekín 2008 y Londres 2012) y diez diplomas. Se trata del mejor legado olímpico de nuestra comunidad.