Nos llega un nuevo relato sobre las amistades del emérito: a Bárbara Rey hubo que pagar cien millones, en plazos de diez por año, para que no contara las escenas de cama que tenía debidamente grabadas. ¿Es lo último a conocer? Son, dicen los papeles de Manglano con lo que la historia puede ofrecer más capítulos. En el mismo libro que nos cuenta esta historia ¿? de la España contemporánea aparecen otras declaraciones más jugosas, pero que ya pueden leer los niños: para Juan Carlos Aznar era un resentido y un chismoso. Un servidor cuenta lo que por ahí cuentan y no quiera usted imaginar lo que hay y no se cuenta…todavía. No se extrañen con lo de las comisiones de las que hablan otros autores pero muy poco los técnicos de Hacienda. Un servidor solo espera de esta catarata de barbaridades que hagan la película. Y es que libros que recogen estas historietas ya hay varios.
Cada día la crónica de sucesos –preferentemente sucesos relacionados con delitos monetarios – nos cabrean a la hora de leer o escuchar lo que nos cuentan los medios de información: tenemos a gentes de la Iglesia, del mundo de los negocios, de sangre azul, políticos – mayoritariamente con aficiones a circular por la derecha – y otros grupos depredadores que vienen a ser el auténtico tapón de una sociedad más justa y solidaria.
Y aquí, a ras de tierra, los ciudadanos del común nos acercamos en bandadas a los centros de salud para intentar recomponer el cuerpo y recibir consuelo a base de medicación. Y como somos muchos, se forman cola. Y en la puerta o en el descansillo –pongamos que hablo de la Casa del Mar – cuando hay unas magníficas salas, con sillas claro, donde estaríamos los mayores mejor guardados del frio – hay que madrugar para un pinchazo – y más cómodos. Es algo que nunca entenderemos. Tal vez por eso – por pasar por eso – nuestra salud se resiente solo con acercarnos al médico.
Y hay que ir con calma: veintitrés días para un análisis y mucha conversación con el galeno pues ahora la medicina es en buena parte por teléfono. Hay que añadir inmediatamente que lo mejor del SERGAS es su personal, lo que nos lleva a repetir aquello de “que buen vasallo si hubiera un buen señor”. Les traduzco: generalmente el paciente se lleva la mejor impresión de los que allí se ganan el sueldo y la peor de quienes organizan la sanidad pública.