Detrás de cada gran actuación del ser humano existe un ineludible efecto sobre el entorno, a pesar de los esfuerzos de las instituciones por minimizarlos. Que Visma y sus alrededores no volverán a ser los mismos es una realidad incontestable. Para interpretación y gustos de cada uno quedan los calificativos y las valoraciones, pero entre los factores objetivamente incontestables está el peligro que corre una colonia de gatos que vive al margen de los registros, y de las que se ha encargado una ciudadana con sensibilidad hacia la colonia felina.
Y es que es precisamente así la manera en la que el Ayuntamiento y las entidades a los comunmente conocidos como gatos callejeros. Para los que habitan en la zona del Camino Visma A Gramela, en el barrio de O Ventorrillo, Emma Vacas es poco menos que una salvadora o una heroína, ya que solamente ella se ha dado cuenta de su existencia primero y de la amenaza que suponen las obras de urbanización después. Y todo nació de la casualidad. “Hace cinco años, paseando con mi perro, localicé una colonia de gatos en un estado lamentable. Tenían pulgas y estaban famélicos”, recuerda. “Pregunté y me dijeron que eran gatos de casas abandonadas”, dice. “En total rondaban los 40 y hablamos de un resquicio de pueblo en mitad de una ciudad, con lo que ello supone”, prosigue.
La primera reacción de Vacas fue poner en contacto con el Ayuntamiento y las entidades responsables del cuidado de los animales. “Primero me instaron a hablar con las protectoras y éstas me respondieron que tenían muchos gatos y muchas tareas”, lamenta. Por ello, Emma decidió convertirse en una protectora en sí misma y se dedicó a darles de comer motu proprio, algo que, es consciente, trasciende la legalidad. “Así fuimos tirando y, después después de reducir y limitar la población a 16 gatos, me enteré que iban a construir ahí, por lo que volví a hablar con el Ayuntamiento”, apunta. “Me volvieron a insistir en que yo como particular no podía hacer nada y que no había cupo para más colonias”, añade.
La situación se complicó para la amiga de los gatos de O Ventorrillo, que pasó de hacer un servicio social de por sí a infringir la legalidad. “Me solicitaron una propuesta por registro y la mía fue reubicar la colonia, porque hay un amasijo de máquinas y obras”, asevera. “Después de recordarme que es un terreno privado me volvieron a advertir de que lo que yo hacía era ilegal”, comenta.
Recientemente se ha provedido al derribo de tres casas en el entorno y solamente la buena voluntad de los operarios permite que Emma siga con su labor, por más que haya sido advertida por todos los medios. “Me he tenido que colar varias veces, pero el Ayuntamiento no puede permitir que esos gatos se mueran ahí: hay crías, hay gatos mayores, y se está incumpliendo la ley de protección animal”, exclama. Según algunas de las asociaciones encargadas de velar por el cuidado de los animales la población de gatos callejeros en la ciudad es de unos 600, aunque la estimación de Pacma intuye más de una veintena de colonias sin dar de alta y que están alimentadas por particulares, lo que resulta ilegal, pues requiere de la licencia de alimentador.