Danza, siete años de patinaje sobre ruedas en las escuelas municipales, bailes de salón de adolescente, esgrima, vela o badminton. Borja Quiza Martínez (Ladrido, 1982) pasó por muchas disciplinas antes de que, como él dice, la ópera le arrollase. Escucha de todo, desde Silvio Rodríguez a Bad Bunny, en un intento constante por cuestionar sus gustos. El barítono coruñés se mueve “más que los precios” por medio mundo desde hace más de veinte años y de ahí un acento que es mezcla de siete idiomas distintos. Eso sí, cuando se enfada, saca el saber de su tierra: “Los tacos me salen en gallego”.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de A Coruña?
No es muy cinematográfico ni espectacular pero es venir en coche a ver la casa nueva, esa llegada en coche por el Paseo Marítimo.
¿A qué colegio fue?
Al Eusebio da Guarda. Mi hermano tiene siete años más que yo y entraba en EGB y yo empezaba de cero, en parvulitos.
¿Y qué recuerdos tiene?
Muy buenos, la verdad. Mis dos hijas están en el Eusebio y encima, en el 125 aniversario, hicieron un mural con personalidades de la cultura y estoy yo. Si algún pero se le puede poner es que las instalaciones a veces se quedan pequeñas pero a mí me hace una ilusión tremenda porque los patios y el salón de actos es el mismo. Mi primera actuación cantando, con el coro de voces blancas, con nueve años, fue allí.
¿Y siempre ha vivido en Riazor?
Siempre, en la avenida de Buenos Aires. Bueno, me fui once años a vivir a Madrid y luego volví, un poco más allá, junto al estadio. Estudié en el Masculino, en la UNED... todo en esa zona. Y siempre mirando al mar. Soy nieto y bisnieto de marineros y mariscadores y creo que el contacto con el mar es importante. Ahora que me muevo más que los precios y vivo a caballo entre A Coruña y Madrid echo mucho de menos el mar.
¿Cómo llega a la música?
Mi abuelo, Pepe de Antonia, era un visionario. Tenía 93 años y estaba estupendo pero, desgraciadamente, se lo llevó el covid. Cantaba en la taberna, con los demás marineros, y mis primeros recuerdos cantando son en sus rodillas haciéndole las voces. En el pueblo había una profesora de piano y mi abuelo se vino a A Coruña y compró un piano de segunda mano a la familia, creo, de Torres y Sáez. Todavía se recuerda allí aquello de tener que meter el piano gigante por la ventana. Todavía lo tengo. Como piano no vale nada pero es un objeto muy valioso. Así que yo nací en una casa con piano, contra todo pronóstico, en una familia que no tenía nada que ver con las artes. La música siempre formó parte de mi vida. Y el canto, también. De niño, en coro de voces blancas, luego en Follas Novas y, con 18 años, entré en el coro de la Sinfónica de Galicia. Y, de repente, tomo mis primeras clases de canto.
Un poco mayor, ¿no?
Normalmente, el canto se estudia tarde. Si uno va por la vía del conservatorio puede empezar con 16 pero hasta que la voz se asienta, uno no empieza a estudiar. Y ahí descubro la ópera.
Y para eso igual sí que era tarde.
Sí, de repente me explota la cabeza y me enamoro de la ópera. Pero como melómano. Y en la fonoteca del teatro Rosalía echaba las tardes. Cuando algo me gusta, le pongo muchas ganas. Vivo las cosas con mucha pasión. Empiezo a conocer cantantes, repertorio y, cuando empiezo a tomar clases, de repente es como... ¿Que yo me puedo dedicar a esto? Y no, nunca lo había pensado.
¿Qué estaba estudiando entonces?
Estaba estudiando Ingeniería Informática...
Y eso quedó ahí, imagino.
Sí, igual algún día me da por rematarla. Durante unos años lo compaginé por la UNED pero al final dije: “Me voy a Madrid”. Con 21 años. Entré en la escuela superior de canto pero me fui porque no me interesaba tanto el título como aprender a cantar. Tengo un buen maestro, Daniel Muñoz, y gracias a mi intuición en el escenario capto la atención de los directores en una época en la que la parte escénica empieza a tener cada vez más peso. Hice un Opera Studio en Italia, donde conocí a Renata Scotto, que fue mi maestra también y ahí saqué mi primer representante en Italia y empecé a trabajar mucho. Estoy convencido de que me posicioné en España gracias a mis primeros cuatro años de carrera en Italia. Estoy cumpliendo ahora mis 21 años de carrera de solista. Que no está mal.
Sobre todo porque hay muchos que llegan más tarde...
En la lírica hay carreras muy fulgurantes que duran poco. Tres o cuatro años y luego desaparecen. Es un mercado muy loco y difícil pero no hay que desesperarse. Si uno mantiene el nivel y la tranquilidad hay años mejores y años peores pero el objetivo es mantenerse a lo largo de los años.
Volvamos a A Coruña. ¿Qué le gusta de la ciudad?
Estoy superenamorado de esta ciudad. Veintiún años de carrera dan para recorrer mucho mundo y una producción de ópera, de media, es un mes. Me da tiempo a vivir las ciudades. Y cada vez estoy más convencido de la calidad de vida que hay aquí.
¿Y lo que no le gusta?
A veces es un poco cerrada y rígida en sus costumbres. Muy de tradiciones y de inercias.
¿Y qué escucha Borja Quiza?
Todo. Acabo de aparcar el coche y venía escuchando a Rubén Blades con Willie Colón. Salsa clásica de los ochenta, pero me está encantando el nuevo disco de Amaia, me ha sorprendido el nuevo de Bad Bunny...
Eso le iba a preguntar, si le gusta esa música.
En general, no. Pero intento cuestionarme mis convicciones y entender por qué ese disco de Bad Bunny triunfa. Reconozco que me gusta mucho. De la misma manera que Rosalía me enamoró con ‘Malquerer’ y me perdió con ‘Motomami’. De la misma manera que me encanta ‘El madrileño’.
Le veo muy ecléctico...
Sí, creo que es la verdadera revolución de hoy en día, ir en contra del algoritmo. Nos inducen todo el rato a polarizarnos y ser muy dogmáticos. Pero por supuesto que escucho muchísima ópera. Y soy un viejo cascarrabias.
¿En qué sentido?
No me gusta casi nada de los últimos treinta o cuarenta años. Soy un fanático de la época dorada de la ópera. De los años 50, 60 y 70. Casi todo lo que escucho es de esa época. Y en analógico.
¿Y cuál es su referente?
Buf. Un montón. Es como, hablando de fútbol, elegir a un solo jugador. Como barítono, Cornell MacNeil... Puedo decir nombres, pero la ópera no es nada mainstream.
Y con un público bastante mayor.
Bueno, eso va cambiando. Con mayor acierto o no, las nuevas puestas en escena sí han atraído cierta atención, intentan un lenguaje más actual... Creo que a veces se ha bajado lo que tiene que ser la lírica en lugar de buscar las vías para que el público alcance ese listón. Realmente creo que se canta peor hoy que hace cuarenta años.
Teniendo más facilidades...
Efectivamente. Creo que tiene que ver con la velocidad a la que van las cosas, la falta de tiempo, el exceso de ruido... y esto del canto es algo muy artesanal. Los teatros se tienen que poner las pilas en comunicación, redes sociales, podcast, un reel estupendo, pero de ahí a ponerme La Bohème en una base lunar...
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