Empeñado en desafiar a la lógica biológica y a cualquier consideración temporal, Miguel Ríos cerró el ciclo de cuatro décadas de su enorme legado a la historia del rock patrio, el Rock and Ríos, con un epílogo en la misma ciudad a la que dejó boquiabierta hace 41 años. Lo hizo exactamente con el mismo producto y con una imperceptible diferencia energética, compensada en buena medida por el poder de la nostalgia. Que el músico granadino, en la frontera de ser octogenario, saldría victorioso del desafío era una certeza que solamente necesitó corroborar con dos horas de espectáculo sublime.
Sabían los millares de asistentes un jueves de noviembre exactamente lo que iban a ver: exactamente el mismo repertorio que reprodujeron hasta la saciedad en casette y vinilo y que, a juzgar por unas cuantas decenas de imberbes, sigue retumbando en el salón de sus hijos y nietos. Una banda pletórica y que mantiene todavía iconos como John Parsons se encargó de presentar a Miguel Ríos con la base rítmica de 'Bienvenidos', convertido en esta ocasión en un 'Benvidos' cuya letra adaptó al gallego con facilidad y naturalidad. No se quedó en la formalidad de prompter el homenaje a una tierra a la que hizo guiños constantes, sino que el viejo rockero, según autodefinición y no por desarrollo, se dirigió al público con la naturalidad del reencuentro en cualquier barra de bar de la ciudad. "Non chove, pero vai un frío de carallo", aseguró antes de embarcarse en el "paseo en busca de la utopía" que precedió al repertorio de manual y consabido.
Se ha convertido el Rock and Ríos en un espectáculo que en su día sirvió para poner al rock español en la misma senda de las grandes descargas de estadio, que pasó de pionero a clásico y que ahora funciona ceremonial, como el equipo de fútbol rosarino que celebra todos los años el gol que en su día le dio la liga, o como el feligrés que cada domingo profesa su fe con la misma oración. "Con esta carrocería tengo un motor nuevo", bromeó Ríos, en referencia a una banda poderosa y con aportaciones notables de músicos de nueva generación, algunos seguramente no natos en la versión original del repertorio. Recordó, eso sí, que el Palacio de Deportes de Riazor sirvió en su día de punto final a aquella aventura tan costosa como exitosa, y que por eso decidió calcar la ciudad, que no la sede, en su revisión camino de las Bodas de Oro.
Como venía siendo habitual a lo largo de todo el tour se rodeó de músicos locales para acompañar algunos himnos. El ex de Cómplices y Golpes Bajos Teo Cardalda se sentó a los teclados y acompañó la letra de 'El blues del autobús', mientras que la santiaguesa Rebeca Rods, responsable también del coro, fue la 'Reina de la noche' con una poderosísima voz.
Se cambió el granadino la chaqueta, "jamás la ideológica", para homenajear a los Hendrix, Cash, Joplin o Lennon con los 'Los viejos rockeros nunca mueren', mientras que la parte más reivindicativa la aprovechó en el canto al optimismo, el 'Himno a la alegría' para recordar que "hay que tomar partido" y pidió el cese del "abuso" en el conflicto de Oriente Medio. "Yo estoy con Palestina" recordó Ríos. Una sentencia que puso al público en pie y provocó una cerrada ovación.
Pasadas las dos horas, y en el primer bis, Ríos se permitió repasar desde 'Maneras de Vivir' de Leño a 'Mueve tus caderas' de Burning, un recorrido breve y completo por clásicos coetáneos antes de decir 'hasta pronto' y cerrar un ciclo para la historia al ritmo de 'El rock de una noche de verano'. Una experiencia que más de tres cuartas partes del público asistente confesó ser en forma de revival de aquellos mágicos días de comienzo de década de los 80, y una certificación del canto a la inmortalidad de un estilo de vida y una filosofía musical.