Si las ciudades pudiesen hablar, A Coruña tendría un relato claro que contarnos sobre su visión de la pandemia. De peatonalizaciones en decenas de calles a obras y ampliaciones en los carriles bici y runner de toda la urbe, los años afectados por la pandemia y los inmediatamente posteriores se han caracterizado por un enorme paso adelante del Gobierno local en lo que a movilidad sostenible se refiere.
En la actualidad, A Coruña cuenta con 53 kilómetros de red ciclable, más del doble que en 2019. Desde que Inés Rey asumió la alcaldía se han creado alrededor de 30.000 metros de vías que incluyen carriles de uso exclusivo para bicis y vehículos de movilidad personal, así como vías de velocidad limitada a 30 compartidas con los turismos. En efecto, a finales de 2024 había en total 53.000 metros a lo largo de la ciudad, más del doble de los 23.034 que había hace cinco años, cuando Inés Rey llegó al Gobierno local.
La longitud de la red se sigue incrementando año a año, pero es especialmente notorio el dato de 2022, cuando se sumaron 11.785 metros, en gran parte gracias a la creación de los carriles de la ronda de Nelle y ronda de Outeiro.
También fue destacable la creación del carril runner en el Paseo Marítimo, entre Las Esclavas y la fuente de los surfistas, acometida en junio de 2020. Pronto, dado el éxito que el Gobierno local dijo que había tenido la iniciativa entre los coruñeses, en octubre de ese mismo año, sería ampliado hasta el entorno del Aquarium, consolidando un espacio ganado al tráfico rodado durante la llamada ‘transición hacia la nueva normalidad tras la pandemia.
No obstante, quizá el mayor cambio experimentado por la ciudad en estos años hayan sido las numerosas peatonalizaciones de calles como Alcalde Marchesi, Ramón Cabanillas o Compostela.
En 2020, con la llegada del covid, el Gobierno local dio inicio a un programa acelerado de peatonalizaciones que marcó el primer mandato de la actual alcaldesa. A través de fondos como los europeos Next Generation, propulsados por la Unión Europea como una manera de resistir frente a la crisis económica derivada de la pandemia, la ciudad ha financiado las obras que han marcado el lustro que siguió al covid.
Calles como las mencionadas Alcalde Marchesi o Ramón Cabanillas exhiben en la actualidad un aspecto totalmente distinto al que tenían antes de la pandemia. No solo se cerraron al tráfico rodado, sino que también se incluyó mobiliario urbano, árboles, y nuevos pavimentos con la idea de convertirlas en salas de estar para los coruñeses.
Más allá de los comentados cambios en su morfología, en la ciudad aún quedan pequeños vestigios, como las ruinas de las antiguas civilizaciones, que explican la historia de la pandemia. Decenas de establecimientos todavía conservan los carteles y la señalética de las normativas de seguridad que se tuvieron que adoptar en la pandemia, como la distancia de dos metros de seguridad o el uso de mascarillas en interiores.
Es el caso, por ejemplo, de la Administración de Loterías La Millonaria ubicada en la ronda de Outeiro. El dueño del establecimiento, Antón, explica el shock que le supuso en aquel momento lidiar con una dificultad extra para el negocio en un contexto ya de por sí complicado. “Había de todo: moita xente estaba ao tanto das normativas, pero había outros aos que lles daba todo absolutamente igual e non respetaban as indicacións”, comenta. No obstante, reitera que las normas cumplieron su función y que la mayoría de las personas pusieron de su parte: “Non adoitaba haber problema, se alguén viña e vía que estaba cheo pois marchaba a dar un paseo e volvía aos 10 minutos”.
Otra dificultad fue el baile de restricciones: “Ao mellor durante unha semana ou quince días habia unha restricción, e logo cambiaba e xa non era necesario... A verdade é que foi un pouco caos”.
También en Os Mallos, frente a los juzgados, se ubica Café con Leche. En su escaparate puede verse aún pegada una infografía con las normativas de seguridad de la pandemia. La dueña del bar, Betsaida, explica que, durante muchos meses, tuvo que comportarse también como si fuese médica: “Había muchos clientes, sobre todo gente mayor, a los que había que explicarles varias veces las normas, pero una vez lo entendían nunca había problema porque casi todo el mundo se portaba bien”.
De hecho, en el caso de las personas mayores, asegura que notaba que “llevaban mascarilla incluso cuando ya no tenían por qué”. Durante mucho tiempo en el bar siempre “manteníamos las puertas abiertas, con todo el frío entrando, para asegurarnos de que había ventilación”. Una realidad, que en su momento pareció de ciencia ficción, de la que la ciudad ha sabido salir más fuerte.
La familia de Paloma Mareque, coruñesa de 25 años, fue un ejemplo perfecto de lo que hicieron muchas personas por la pandemia: mudarse a casas con jardín o con terrazas más amplias para disponer de algo más de espacio ante los sucesivos confinamientos.
Su núcleo familiar, formado por cinco personas, decidió moverse de un piso en Os Mallos a una propiedad que ya poseía en Oleiros, pero en la que no residía. “No teníamos pensado mudarnos, pero en mayo o junio (de 2020), cuando se empezó a poder salir y se podía ir a otros municipios, estuvimos algún día en la casa. Fue pasando el verano y la pandemia aún seguía, así que al final nos decidimos a mudarnos”, explica. El cambio, a pesar de que los meses más duros de la pandemia estuvo en un piso más pequeño, ayudó: “En el momento en que estaba agobiada podía salir a tomar el aire, respirar... Era distinto”, resume.
Además, también fue de gran ayuda cuando algunos de los miembros de la unidad familiar contrajeron el virus. Como ella misma. “Cuando yo lo tuve no estuvimos tan mal porque en una casa hay más espacio, y además tenemos una habitación con baño propio apartada de las demás. Aunque estuvieses confinado tú, no afectaba tanto al resto de la familia”, manifiesta. En definitiva, explica, la vida “fue más fácil".