Hace 25 años se apagó para siempre el proyector del Cine París, por aquel entonces el más antiguo de España y, según muchas teorías, también de Europa. El encargado de cerrar la puerta fue José Luis Díaz Seoane, proyeccionista (oficialmente operador cinematográfico) desde 1985 hasta el final de los títulos de crédito de ‘La Guarida’ aquel 17 de octubre de 1999. Hoy, un cuarto de siglo después, ha vuelto a pisar junto a El Ideal Gallego el espacio donde un día fue Salvatore, aquel artesano del séptimo arte de ‘Cinema Paradiso’.
En realidad se trataba de un día a día mucho menos romántico y que, en los tiempos más duros, requería de toda una cadena de montaje. Literalmente. “Los sacos de películas pesaban 40 kilos y precisaban de una carretilla. Éramos dos operadores, un jefe de cabina, un ayudante y un aprendiz. La máquina funcionaba con electrodos y obligaba a tener un control muy estricto”, prosigue. Hasta 21 trabajadores llegaron a formar parte de la plantilla.
El Cine París es para José Luis un ‘juego de lágrimas’, que diría el director Neil Jordan. Las que derramó en su última sesión y las que han vuelto a brotar de sus ojos en su primer retorno desde la bajada definitiva del telón. Fueron los únicos momentos en los que se quedó sin palabras. El resto de la conversación resultó una inabarcable colección de anécdotas. Y es que, en la época dorada del celuloide, desde la cabina era posible hacer todo un análisis social. “Yo era más conocido que Paco Vázquez y los bares del centro”, bromea. Curiosamente, en uno de ellos, la tasca La Traída, entró por accidente con su moto desde la oficina del cine: “No me volvieron a dirigir la palabra, me cargué un barril de vino y me sacaron a escobazos”.
Hoy, convertido en discoteca de moda, imaginar el París requiere del relato de quienes vivieron su época dorada. Todavía es posible imaginar a los dos porteros que de uniforme negro y guantes blancos abrían de par en par la puerta a los espectadores, como en la famosa escena de ‘Titanic’ en la que Jack entra en el comedor de primera clase. Y es que la alta sociedad fue durante mucho tiempo cliente habitual del París. Había cuatro butacas especiales: dos para el Gobernador Civil, otra para el capitán y una para Carmen Polo. “Los mejor pagados eran los acomodadores. Las entradas estaban numeradas y muchos les daban propinas por guardar los mejores sitios. Sacaban más pasta que del sueldo”, indica Díaz, quien también debía mantener un estricto ‘dress code’. “Hubo una época en la que nos mandaron afeitar el bigote, y no nos dejaban bajar a la sala en mangas de camisa. Para trabajar había que poner chaqueta”, agrega.
Sin embargo, el glamour y la comodidad no iban precisamente de la mano. “Al Cine París se le llamó primero ‘La caja de cerillas’ y después ‘El de las posturas’, porque en los laterales había cuatro balcones de cada lado y, como tuvieras alguien muy grande delante, había que inclinarse para ver la pantalla”, subraya. La platea, a mano derecha según se entraba, era cosa de los jóvenes y sus deseos de pubertad.
Entre los momentos favoritos de José Luis Díaz está la recuperación de la cartera de un famoso letrado de la ciudad, que en su interior contenía 300.000 pesetas de entonces y un carné de socio del Deportivo. Después de un largo debate entre los trabajadores decidieron devolverlo, y la propina mereció la pena. También el caso de ‘El Pichas’, un famoso personaje de la plaza de España. “Vino unas 18 veces a ver ‘Cuatro mujeres y un destino’, porque había un escena en la que una mujer se sacaba la ropa antes de bañarse, y cuando iba a quitarse la última prenda justo pasaba el tren. Le decíamos que al día siguiente, si venía, no pasaba el tren. Y volvía”, dice a carcajadas.
Díaz Seoane también fue Totó, el aprendiz de Salvatore en ‘Cinema Paradiso’, cuando en las películas subidas de tono se quedaba con algún fotograma que luego sus amigos le pedían poner a trasluz. “Muchos venían a decirme: ‘¿Tienes algo por ahí?’”. Hoy, a sus 77 años y a pesar de haber sido parte de la época dorada del cine de la ciudad, no reniega de la tecnología: sigue acudiendo a los multicines y, en su butaca del París que preside su salón, disfruta del catálogo de Netflix. Que le quiten lo proyectado, porque pocos pueden decir mejor que siempre le quedará el París.