Si la digitalización supuso un reto para las generaciones menos cercanas al boom informático, aquello del ‘soy mayor, no idiota’ podría adaptarse fácilmente al sufrimiento al que parecen condenados muchos de los que no se han criado en el trending topic y las modas a base de recomendación de influencer. Y es que el café con leche de toda la vida o el tupper para llevar, fiambrera en el caso de los abuelos, han retorcido su denominación hasta convertirla en una conquista más del Imperio Británico y la lengua de Shakespeare.
Al igual que los perfumes y su querencia por el acento francés, o los diseñadores que italianizan sus nombres, la hostelería y parece decantarse por la globalización hasta en el bar Manolo de toda la vida. Incluso para el café que fulanito de tal se lleva al trabajo: un ‘flat white take away para pagar el cash’. Toda una odisea para que la abuela de fulanito de tal se aclare al leer la carta.
Dicen los hosteleros que se trata de marketing, un término, por cierto, que ha sustituido al muy patrio mercadotecnia, pero que ahí sí entra en la cultura popular. “Se trata de marketing e internacionalización”, afirma Héctor Cañete, presidente de la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de A Coruña. “Ya no se piden cafés, sino ristrettos, como se ve en la televisión. Estamos en un mundo global, de internet y redes sociales, y es como la diferencia entre un camarero y un sumiller; la nomenclatura es diferente, pero se da otro matiz si se usa otro idioma”, añade.
Somos una ciudad abierta al mar y un destino cada vez más preferente para miles de turistas extranjeros, pero también es cierto que nos cuesta más que a ningún otro país de Europa ser fluidos en inglés. El colmo de los colmos lo marca enumerar conceptos y términos que simplemente ‘suenan bien’ a juicio de quien opta por ‘internacionalizar’ su carta. No es amigo de eso quien más turistas trata, Alberto Boquete, presidente de los hosteleros de La Marina. “Soy defensor de poner términos en nuestra lengua”, reconoce. “Fuera de que se usen anglicismos, que lo puedo llegar a entender, lo suyo es hacer una carta en castellano o gallego y traducirla al inglés”, prosigue.
Entre cool hunters a golpe de post y quienes realmente llaman a las cosas así de toda la vida se cuela todavía alguna atrevida coruñesa de siempre. Es el caso de Chus, una vecina del Ensanche que a sus 64 se acostumbra a ver cómo las cosas de toda la vida cambian de nombre, pero no de sabor. “Cuando llegó el primer McDonald’s mi madre le llamaba Madonna, así que será cuestión de adaptarse y reírse”, bromea. “Al final, si explicas lo que quieres o preguntas te lo explican, aunque te sientas un poco rara también eres un poco yé-yé”, finaliza. Y lo dice alguien para quien yé-yé fue en su día hasta despectivo.