La próxima vez que se sitúe para cruzar desde los jardines hacia la avenida de la Marina (o viceversa) y el semáforo permanezca en rojo, dedique un tierno recuerdo al ‘abuelo’ de la señal luminosa que le ordena parar y que se ubicaba precisamente en este mismo lugar. Fue el primer semáforo que se instaló en A Coruña.
Era el 14 de noviembre de 1956 y, tal y como relataban los periódicos de entonces, la idea venía siendo madurada por el Ayuntamiento desde hacía algunos años hasta que finalmente se convirtió en una realidad. Alertaban los diarios a los viandantes y a los conductores de que tuvieran precaución con las señales de “vía libre”, “cuidado” y “cerrado el paso”, lo que poco después se traduciría en el simple “rojo, amarillo y verde”.
Era aquel semáforo del Obelisco mucho más llamativo que los de hoy en día, pintado en colores blanco y rojo para que los protagonistas del tráfico, ya fuera rodado o peatonal, se acostumbraran a su presencia que, por entonces, era más bien exótica.
Resaltaba José Luis Bugallal en sus crónicas que ese hecho coincidía con la desaparición del tranvía a Sada –que él denominaba “transmariñano”, por lo larga que se le hacía la travesía– en favor de vehículos de gasoil. “La circulación urbana se electrifica, la interurbana, por el contrario, se deselectrifica”, comentaba al respecto en su columna de ‘La Hoja del Lunes’.
En aquel tiempo, el alcalde era Alfonso Molina y en A Coruña había un total de 645 calles urbanizadas o en vías de estarlo, más otras 80 en proyecto. El parque móvil, que entonces se calculaba para toda la provincia –eran los tiempos en los que las matrículas empezaba por la letra C–, sobrepasaba los 10.600 vehículos, cuando solamente cinco años antes apenas llegaba a los 7.000.
A este incremento del parque móvil se sumaba también el aumento de mejoras técnicas en los vehículos y, por lo tanto, el incremento de la velocidad, con unas normas de circulación y unos medios similares a cuando se utilizaban los coches de caballos. “Si en un momento determinado, al Municipio se le ocurriese suprimir las bocinas –como se ha hecho en Madrid y en otras ciudades– se calcula que el promedio de accidentes diarios sería en La Coruña de unos veinte”.
Con estas circunstancias, la presencia de guardias, que era lo que se utilizaba hasta la llegada de los semáforos, no era suficiente. Tenían la ventaja los nuevos postes que decidían quién pasaba y quién paraba sin fijarse en si era un simple ciudadano o un importante concejal, a los que a veces se daba prioridad, además de vigilar sin caer en el más mínimo despiste.
Después de instalar este primer semáforo y visto su rendimiento, el Ayuntamiento rápidamente tomó la decisión de instalar otros diez, en la misma zona. Tras la prueba satisfactoria del Obelisco, se colocaron otros cuatro en la plaza de Mina, cuatro en la plaza de Ourense y otros dos delante del que era uno de los edificios más altos de España, el Banco Pastor, con lo que tres de los núcleos urbanos de mayor circulación quedaban, de esta forma, debidamente controlados.
Con los años, el semáforo del Obelisco ha pasado por muchos estados, entre otros, cuando se eliminaron los discos y se añadieron figuras humanas que simulaban los peatones –incluso, en una campaña de visibilización femenina, se incluyó una silueta con falda, emulando a una mujer–, con sonidos para ayudar a las personas con deficiencias visuales y con cronómetro para calcular el tiempo que queda.
En A Coruña no fuimos precisamente pioneros en la instalación de señales luminosas para regular el tráfico. Londres fue el primer lugar del mundo en tener una especie de semáforo ya a finales del siglo XIX, cuando todavía la tracción era animal y los coches eran llevados por caballo. Estaba frente al Parlamento y necesitaba un guardia que cambiase las lámparas, que eran de gas, de color. Diseñado por John Peake Knight, quien se inspiró en las señales ferroviarias, era una buena idea hasta que uno de aquellos semáforos rudimentarios voló por los aires y mató al agente que se encargaba de accionarlo.
En 1910, Ernest Sirrine consigue que la máquina sea automática. Su contribución fue, además, incluir las palabras “stop” y “proceed”. El primer semáforo eléctrico del mundo se instaló en Cleveland (Ohio) en 1914 y el primero automático, con las luces rojas y verdes, fue patentado por William Ghiglieri en San Francisco en 1917.
En 1920, William Pots mejora el invento añadiendo una luz ámbar que permitía eliminar el molesto zumbido que se utilizaba como alerta.
En España, sin demasiada sorpresa: Madrid tuvo el primero de estos sistemas novedosos para regular el tráfico. Fue en el año 1926, concretamente, en el cruce de las calles Alcalá y Barquillo. Solo tuvieron que pasar 30 años para que los coruñeses pudieran tener luz verde para cruzar.