La Feira das Marabillas se despidió ayer del casco histórico tras cinco jornadas de actividad, paseos entre los más de 160 puestos de artesanía y gastronomía y actividades. El mercado medieval gozó de un éxito de participación en su vigesimoséptima edición, aunque la lluvia del domingo jugó una mala pasada para los comerciantes, según explica la organización.
Una de las consecuencias negativas que suele dejar la feria es la cantidad de multas por aparcar en zonas exclusivas para residentes, llegando a acumular decenas de denuncias en A Maestranza o el Oceanográfico. Sin embargo, este año los coches y furgonetas de los participantes en el mercado se trasladaron al aparcamiento de la Torre de Hércules, por lo que las sanciones se redujeron hasta tan solo una docena.
Desde el viernes miles de personas se acercaron a la Ciudad Vieja para comer, comprar o disfrutar de los espectáculos musicales, circenses o infantiles. Los que apuraron la visita hasta el último momento pudieron acercarse ayer al casco histórico hasta las 00.00 horas, mientras que el broche final de las actividades lo puso, a las 21.30 horas, un pasacalles de gran formato de todas las compañías que amenizaron la fiesta desde su inauguración.
El presidente de la Asociación de Comerciantes de la Ciudad Vieja (Aceca), Adolfo López, asegura que todavía es pronto para realizar un balance del evento anual más esperado en la zona, pero las sensaciones son buenas pese a que este año se han instalado cerca de treinta puestos menos que en ediciones anteriores por las obras en algunas calles y el recorte de una jornada, al igual que ocurrió el año pasado.
Como en anteriores ocasiones, María Pita concentró los puestos de artesanía –donde también hubo talleres–, además del conocido como el Recuncho das Pícaras, que ofreció juegos gigantes, ajedrez, escuela de circo, un castillo medieval, un campamento y escuela de caballeros. Por otra parte, por tres euros los más pequeños pudieron disfrutar de un espacio lúdico compuesto por un tiovivo, una noria, camas elásticas y una barca.
Los espectáculos circenses, que se llevaron a cabo en la plaza de la Constitución todos los días, fueron una de las actividades más destacadas por los visitantes. La feria se celebra todos los años, a excepción de los dos de parón a causa de la pandemia, desde 1993. Esta edición no estuvo exenta de polémica vecinal. Los residentes del barrio pidieron su traslado a la dársena de O Parrote o incluso al dique de abrigo, al considerar que los puestos de gastronomía y bebida suponían una “competencia desleal” para los locales de la zona. La alcaldesa, Inés Rey, dijo comprender la incomodidad, pero recordó que es un evento de dinamización para el barrio.