Bautizados en ocasiones como “árboles del terror” y despreciados por al menos 720 vecinos que pidieron su poda, los espacios verdes de Pla y Cancela empiezan a desaparecer para felicidad de quienes tenían que verlos todos los días. O al menos a perder presencia, ya que, durante las obras de reforma de la calle, los operarios municipales han podado y recortado algunos de los árboles más altos, aquellos que se colaban por dentro de las ventanas de viviendas particulares.
La noticia ha sido todo un regalo de Navidad anticipado para una asociación vecinal que el pasado mes de abril presentó cientos de rúbricas pidiendo la poda y que ha hecho de la misma su gran bandera a lo largo del último año. “El barrio ha cambiado como del día a la noche: se ven fachadas históricas protegidas y da una sensación de luz y alegría que no teníamos antes. Hemos cambiado el barrio por completo y es toda una satisfacción para nosotros”, afirma el presidente, Jaime Suárez.
Más allá de la mejoría en la vida de los comerciantes y los vecinos, el movimiento ha sido visto por estos como un gesto de buena voluntad y acercamiento por parte del Ayuntamiento, que por otra parte siempre había mostrado su voluntad de escuchar las propuestas de quienes allí viven. “Hablando se entiende la gente y, aunque no sabemos si se van a quitar todos los árboles, que se vea lo que piden los vecinos siempre es válido y positivo”, subraya Suárez.
En noviembre de 2023 el concejal de Urbanismo, Francisco Díaz Gallego, respondió personalmente a una información de este diario acerca del descontento vecinal y calificó la arboleda de Pla y Cancela como “una necesidad”. “El proyecto contempla la conservación del arbolado existente y la plantación entre cada uno de los árboles de nuevos ejemplares de otra especie, Acer Freemani. El arbolado de las calles no es algo estético, es una necesidad, las últimas intervenciones en A Falperra han introducido todas arbolado y ampliado la superficie permeable”. Poco a poco, el Ayuntamiento ha ido cambiando su postura hasta acercarse a los vecinos y sus preocupaciones.
Entre las 720 firmas presentadas en María Pita contra esos elementos “nocivos” de la calle, Jaime Suárez adjuntó testimonios del día, que arrojaban esa luz de la que privaban precisamente los árboles: “Algunos se quejan de no poder abrir las ventanas, otros de que les quitan luz o de que se meten dentro de sus casas. Llegan en ocasiones hasta el quinto piso, son árboles de 20 metros, más apropiados para el monte que para una ciudad”.