Hace dos años no pudo ser, pero esta noche (22.00 horas), Manolo García se subirá por quinta vez al escenario del Coliseum, aunque en realidad será la séptima si se cuentan las dos veces que acudió con El Último de la Fila.
¿Qué se pueden esperar los asistentes al Coliseum esta noche?
Es un concierto con bastante energía, bastante rockero, bastante cargado de sonido y de luces (ríe). Intento ofrecer un ramillete de canciones mías, del tiempo de mis discos, que a día de hoy son nueve en solitario, y con El Último de la Fila, siete, creo recordar. El repertorio está basado en el repertorio mío de Manolo García, hay algún recuerdo puntual a alguna canción de El Último, pero todo hecho en un formato y con una pulsión bastante guitarrera. He hecho otras giras de teatros y tal, mucho más dulces, un poquito más calmadas, pero en esta, la banda es como un cañonazo (ríe), es pura dinamita. Esta es la idea, reunir a unos cuantos miles y darnos un festín de tralla sonora.
Aunque sea solo de su trabajo en solitario, la selección no es fácil.
Sí. La verdad es que hay un punto de incertidumbre, dudas, a la hora de hacer la lista. Porque claro, estoy barajando 300 canciones (ríe), es un disparate. La lista no la hago en cinco minutos, me paso una o dos semanas quitando, poniendo... al día siguiente vuelvo a la mesa donde tengo las listas y a lo mejor cambio otra canción. Pero es una suerte poder tener un ramillete de canciones, digamos amplio, donde escoger y que el público quiera oírlas.
¿El público prefiere las de siempre o las nuevas?
He observado que las canciones más antiguas se han pegado más a la piel de la gente, porque esas canciones de los discos físicos calaban por tiempo, por insistencia. La gente comprábamos discos y cuando una canción nos gustaba la escuchábamos hasta la saciedad. Eran pocos los discos, te agarrabas a ellos como a un tesoro. Ahora, con esta posibilidad de millones de canciones, todo se ha hecho como más superficial, más vacío. La gente no escucha una canción entera, prueba una, picotea otra, otra... esto es así. Por lo tanto, las canciones más antiguas, tengo que tocarlas porque están más pegadas a la piel, la gente las ha hecho suyas y forman parte de su vida. A mí también me pasa. Canciones de artistas que a mí me han dado alegrías, y esos discos físicos me han acompañado y han calado en mí. Yo las mías de hace 20, 30 años, las voy a tocar con todas las ganas, son suyas, están hechas a su medida.
Tras la pandemia y el parón que tuvo por salud, ¿cómo está siendo la vuelta a grandes escenarios?
Es una manera natural estar en los escenarios, da igual la dimensión o el público que haya. Es público, son personas con sus corazones palpitando, con sus emociones a flor de piel. Estoy hecho a todo, vengo del escalón menos cero, he tocado para nadie, para 3, para 30, para 300... He ido subiendo gradualmente, hasta que he llegado a tocar para audiencias grandes, ya en la época de El Último. Lo importante no es la cantidad, sino conseguir que esa gente que hay delante, mucha o poca, quede fascinada. Pisar tabla, para mí, es lo más natural del mundo porque empecé a pisar tabla con 15 años y no he parado nunca.
¿Y cómo responde el público?
Veo que cuando acude el público, acude con muy buena voluntad, con muchas ganas, igual que voy yo a un concierto de una banda que me gusta. Cuando he ido a ver grupos que a mí me han complacido, eran mi familia, sí, estaban un poco más alto que yo, que nosotros, pero estaban dándome vida, estaban llenando mis días. Por eso digo que no hago distingos a teatros, escenarios grandes o pequeños... lo importante es la canción, es lo que está ahí sobre la tabla. La canción y la emoción del músico al interpretarla.
Es uno de los artistas que más ha tocado en el Coliseum (esta será la quinta vez en solitario y actuó dos más con El Último de la Fila). ¿Tiene algún recuerdo de aquellos primeros conciertos en el 93 y 95 con El Último de la Fila?
Sí, claro. Me acuerdo de las primeras visitas a Santiago, a Coruña... porque son momentos muy especiales. En ese momento, El Último de la Fila estaba teniendo una respuesta por parte del público muy ansiada, porque necesitábamos eso, después de muchos años de trabajar. En ese tiempo que empezamos a visitar muchos lugares, como Galicia, notamos como que hay algo que crece muy deprisa, que es ese gusto por esas canciones y tú eso lo disfrutas.
No vendemos tornillos, con todo el respeto hacia quien vende tornillos, el material que vendemos, como decía Serrat, hay que tener sensibilidad para esparcirlo
Ya la primera vez que vinieron a finales de los 80 se dieron un baño de masas en el Palacio de los Deportes. 40 años después va a tener a 7.000-8.000 personas en el Coliseum. ¿Qué siente uno al ver que tanta gente sigue pendiente de su música después de tantos años?
Lo disfruto. Mi oficio es el de la música y es elegido a conciencia. Que suceda lo que acabas de decir, para mí es motivo de disfrute. Esto no es sólo mi trabajo, es mi vida, es la emoción de mis días. Para mí, el día de concierto es especial. Cuando coja el tren para ir a Coruña, es un día estupendo. Voy a una zona diferente a la mía, voy a tomarme otro vino... voy a enriquecerme como ser humano. Siento la misma ilusión, nunca ha habido cansancio. No entiendo que un músico suba a un escenario, acuda a cualquier parte de su país o del mundo a tocar y lo haga con desgana, por dinero... no lo entendería. Estamos hablando de la poesía del vivir, las canciones son un regalo de los dioses. Habrá alguien que diga que el mundo de la música es un negocio, pero no vendemos tornillos, con todo el respeto hacia los que venden tornillos, el material que vendemos, como decía Serrat, es sensible, hay que tener sensibilidad para esparcirlo.
Después de la gira, ¿qué toca?
Acabo de publicar un libro de relatos (‘Títere con cabeza’). Voy a estar unas semanas promocionándolo. Lo siguiente, además de pintar, por supuesto, es empezar a trabajar en canciones nuevas. Ese es el plan.