Parque de Marte. Esquina entre Ramón del Cueto y avenida de Hércules. Hace año y medio que la argentina María Elizabeth Arias tomó las riendas del quiosco El Parque, un establecimiento que, desde hace 30 o 40 años, como ella indica, es un punto central culturalmente hablando del barrio de Monte Alto, de donde ella también es vecina.
Son las doce del mediodía y el trasiego es curiosamente incesante. María Elizabeth entra y sale de su quiosco para despachar, cobrar, enseñar, charlar y, en algunos casos, extraer del interior una publicación y extenderla a su clientela con una sonrisa y sin mediar palabra, solo con una pregunta para confirmar lo que ya sabe que buscan.
El movimiento de clientes y su actitud alegre contrasta con esa imagen triste de un oficio que ha vivido tiempos mejores porque El Parque irradia vida sin cesar. Uno se pregunta el porqué de todo este murmullo en lugares que muchos vaticinan que se funden a negro con el tiempo. Arias siempre había trabajado como autónoma en su país natal. “No me atrevo a trabajar con un horario fijo para otra persona, empecé a ver qué posibilidades de negocio había dentro del barrio y vi que esto era una buena oportunidad”, explica.
Siento que un quiosco es un punto de encuentro, y eso me ayudó como inmigrante porque, a veces, es muy difícil integrarse
No se equivocó. Ella misma señala que “es un negocio que mueve mucha gente y tiene su clientela fija de hace muchos años”. “Además, tenemos el colegio aquí al lado”, añade. Su actitud también ayuda. “Siempre estoy dispuesta a charlar, a conocer el nombre y saber lo que quiere la gente. Para mí esto es un trabajo superentretenido”, subraya.
“Yo siento que el quiosco es un punto de encuentro, los clientes se reúnen acá; por ejemplo, sé quienes vienen a cierta hora y nos ponemos a charlar, tenemos este punto de complicidad, de comunicarnos y de contarnos cosas y, además, a mí también me ayudó como inmigrante porque, a veces, es muy difícil integrarse en la sociedad y a mí me ayudó muchísimo”, continúa.
La cuestión de la supervivencia está en el aire. “Hay que ayudarlo a que no desaparezca”, indica Arias. La pregunta es ¿Cómo? Ella parece tenerlo claro: “Ver cómo vamos cambiando, aquí entra lo de la resiliencia, el poner un poco más de cada uno, introducir nuevas cosas, ir adaptándose y viendo lo que necesite la gente”, puntualiza.
En el caso de El Parque, las revistas de costura y crochet tienen mucha salida, así que María Elizabeth intentará hacer una apuesta por esa tendencia. Además, en mente tiene una idea de renovación que mantiene en secreto porque queda trabajo por hacer. La presencia a su vera del colegio Curros Enríquez también ayuda a sobrevivir y a crear comunidad en el barrio. “Los chicos salen y siempre tienen golosinas y juguetes. En tema chuches se vende mucho y siempre estamos renovando e intentando traer nuevos productos que atraigan a la gente”.
Las buenas vibraciones no nublan su juicio. Sabe que cada vez son menos en la ciudad e incide en que “los márgenes son muy pequeños”. “Si tuviera que mantener un hogar solo con esto me lo plantearía –dice– pero tengo a mi esposo, que es fontanero”.
Su hijo de 20 años estuvo el pasado año ayudándola: “Le gusta el contacto con el público, así que creo que va a ser un oficio que se mantenga”. También los niños que salen del colegio y se acercan al quiosco, “aunque solo sea por una chuche de cinco céntimos”. Este es un lugar que “genera recuerdos”.