No hace falta buscar menús de imposible nomenclatura y cartas que requieren glosa para irse a los orígenes de la innovación en la cocina coruñesa. Al igual que en el cine, lo que hoy nos venden como rompedor encuentra en realidad un por qué y un origen echando un vistazo a los clásicos. Así, la globalización de la oferta gastronómica tiene a una de sus pioneras en el barrio de Os Castros, donde hace 50 años María Primitiva Galego y Pedro Castro comenzaron la historia del Mesón París. “Llegaron de Suiza y se trajeron los platos típicos de allí: empezamos como una casa de fondue, con una buena bodega de vinos”, afirma su hijo Pedro, quien hace 17 años tomó las riendas junto a su hermano Suso.
Este lunes se cumplirá medio siglo desde que el local del número 21 de la avenida del Ejército abrió sus puertas por primera vez. El impacto que supuso en una España todavía en blanco y negro hizo que el Mesón París poco a poco se alejase de los Alpes y se acercase a Os Castros. “Lo bueno es que se ha adaptado al ritmo que tiene el barrio. Empezamos como comedor y restaurante y hemos sabido adaptarnos, hasta ser la auténtica tasca de barrio”, subraya Pedro. “Mis primeros recuerdos de chaval fueron entre cáscaras de cacahuete, humo y mucho ruido”, añade sobre otro paradigma de establecimiento que camina hacia la desaparición o el culto nostálgico. “Los que tenemos que barrer tampoco lo echamos tanto de menos”, bromea.
Un local familiar. Esa definición que tanto vende en los portales online se cumple a rajatabla de puertas para dentro en el París. A María, ahora con problemas de movilidad, es posible verla por las mañanas, todavía disfrutando de la que fue su creación. Mientras, Pedro corretea entre las mesas, se encarga de que los habtiuales se sientan como en casa y supervisa que la cocina siga siendo el gran reclamo. “Hemos ofrecido desde menús más económicos en tiempos de ‘guerra’ a la vuelta del pulpo y los platos más potentes, siempre adaptándonos a la gente”, explica.
Por mucho que se abran los paladares parece complicado que en el París alguien destrone a la carne asada y los callos. “Además, ponemos tapitas y pinchos a elegir durante la sesión vermú y el ‘chateo’ (el del los vinos, no el de whatsapp)”, dice. Todavía con 45 y 58 años respectivamente, Pedro y Suso se han apresurado por asegurar el relevo y encaminar el mesón hacia el siglo y la tercera generación. A sus 29 años, Adrián, hijo de Suso, es miembro de pleno derecho y trabajador del establecimiento.
En medio de un mapa tan cambiante en la hostelería, y que complica cada vez más saberse de memoria los nombres de los locales, el Mesón París sabe que la clave pasa por la fidelización. “Es importante saber que los niños de hoy son los clientes del mañana y por eso lo más bonito que hay es ver cómo los de 18 años están deseando volver y sentirse parte de esta familia”, sentencia Pedro. “Detrás de esos clientes de siempre muchas veces vienen sus hijos”, reconoce.
Y es que, a los Castro de Os Castros, que como deseo de cumpleaños piden “seguir en Os Castros mucho más tiempo”, son conscientes de que a sus clientes siempre les quedará el París.