La primigenia Revolución Vecinal, que dio origen a la ahora oficializada Asociación Vecinal Monte Martelo, resulta definitoria de cómo lidiar con un problema extendido y estandarizado en buena parte de los barrios de la ciudad: la okupación. No es que los residentes de O Martinete hayan encontrado una fórmula mágica para atajarlo, sino que más bien se curan en salud y evitan que vaya a mayores gracias a la colaboración de dos inquilinos irregulares que distan mucho de un perfil problemático.
Los ‘okupas buenos’ tienen un comportamiento cívico, conciencia vecinal y quieren hacer de la comunidad un lugar mejor, más tranquilo y habitable. Forman parte de esa rama del movimiento que lo hace por necesidad y, aunque los residentes no quieren entrar en demasiados detalles, son protagonistas de un relato social que genera empatía entre quienes los conocen. “Uno comenzó a trabajar hace poco y el otro llegó del País Vasco buscándose la vida”, explica Amar Basic, portavoz y presidente de la asociación vecinal. “Ellos nos entienden y nos prestan ayuda en lo que pueden; gracias a ellos nos enteramos, por ejemplo, de que estaban a punto de okupar un edificio. Por eso decimos que hay okupas buenos y okupas malos”, añade.
El temor a la llegada de nuevos okupas encaja dentro de una situación de desesperación respecto al estado de un barrio que los propios residentes califican de “cementerio urbanístico”, según las última pancartas con las que pretenden llamar la atención de las instituciones. De hecho, han decidido representar ese cementerio con varias cruces de madera en un solar abandonado, paradigma de proyectos en el aire y promesas rotas para un proyecto de área residencial. “Representa lo que decimos: Aquí es el lugar donde mueren todos los proyectos, en un barrio cuya construcción se inició, pero no se llevó a cabo”, advierte Basic. “Los proyectos que ha habido acabaron en el olvido y los que tiene que haber no existen”, prosigue.
Y es ahí donde se inicia un caldo de cultivo perfecto para la okupación primero y la inseguridad después, una problemática que cobra más peso relatada a través de casos e historias concretas. “Tenemos un niño en el barrio bajo atención psicológica, porque la tensión que genera entre su familia y lo que perciben derivado de esa inseguridad”, relata el presidente vecinal, que también se acuerda de una vecina de avanzada edad que ha renunciada a salir de casa por miedo a que le vuelvan a atracar, u otra asociada que denunció en el juzgado intimidación por parte de otro inquilino ilegal. “La respuesta de su abogado fue que, si no le gustaba lo que había, que baje la persiana”, dice Basic, que confiesa haber perdido la cuenta de cuántas personas viven de manera irregular en la zona.
La solución, según los vecinos, pasa por el derribo del edificio abandonado. Sin embargo, de forma más cortoplacista, piden “videovigilancia o una patrulla permanente para que los vecinos puedan salir de casa tranquilos”.
Mientras, prometen mantener un ritmo constante de movilizaciones como la de hace diez días en el viaducto, que contó con el apoyo de varios barrios.