Más de un mes seguido de precipitaciones entre octubre y noviembre tuvo su impacto directo en el volumen de trabajo de los servicios de emergencias, sanitarios y un dispositivo policial especialmente exigido por las incidencias del tráfico. No se trata solamente de que la carretera se vuelva más peligrosa y patine más o menos, sino de la forma en la que nuestras propias neuronas lo hacen simplemente al abrir la ventana y denotar una falta acuciante de luz y energía solar. En ese punto convergen las opiniones de los formadores al volante y de los profesionales de la salud mental, quienes alertan sobre la falta de alerta en esos hábitos.
Afirma Verónica Rey que el mal humor es muy anterior al hecho de encarar una tarea tan delicada como el manejo de un coche, pero que las consecuencias son especialmente identificables a la hora de hacerlo: “Estamos mucho más irritables y ese estrés implica una falta de atención”.
Además, la psicóloga describe los peligros que ese cóctel arroja sobre la conducción. “Hay que describir la predisposición de la impulsividad hacia la fatiga: estamos más susceptibles y realizamos muchos más errores por culpa del mal tiempo”, subraya Rey.
Por su parte, la también especialista María Teresa Peña apunta a una inestabilidad que impregna todos los ámbitos: “Se ha desestabilizado tanto el tiempo que el cerebro lo que quiere es continuidad. Con estos cambios nuestro cerebro se resiente y tienda a la depresión”.
Por su parte, la asociación provincial de autoescuelas de A Coruña pide que el conductor potencial salga a la carretera con una formación específica en condiciones adversas. “Lo ideal sería la situación de otros países y que se obligue a hacer determinado número de prácticas en condiciones determinadas, desde lluvia a nieve”, explica su presidente, Pablo Pérez. “El que practica todos los días a las diez de la mañana no lo hace nunca de noche”, añade. Por otra parte, cree que, a pesar de vivir en una ciudad habituada a las precipitaciones, el mantenimiento no es el adecuado. “Está todo atascado, el agua se estanca y a veces parece como si no esperásemos esas lluvias”, prosigue.
Comparte esa misma sensación que su representante provincial Melanie Piñón, de Autoescuela Norte. “Notamos que, cuando llueve, la gente viene de peor humor y más agresiva”, confiesa. “También están menos atentos y eso se une a que coge el vehículo gente que no está tan acostumbrada a conducir”, finaliza acerca de la experiencia en el día a día uno de los múltiples centros de formación de una ciudad poco acostumbrada a la lluvia, a pesar de lidiar con ella con demasiada frecuencia.