El Ayuntamiento quiere presentar este mes el proyecto de remodelación de los Cantones. Y según ha contado la propia alcaldesa a El Ideal Gallego, uno de los aspectos más destacados será dar al histórico monumento el realce que merece: “El Obelisco tiene que ser ese elemento central que presida los Cantones pero ahora hay una mezcla de elementos que lo distorsionan”, apunta. Cuando se inauguró tenía ese papel protagonista. Pese a que fue aumentado para evitarlo, con el paso de los años lo ha ido perdiendo. Y para explicar esta pérdida de importancia nada mejor que una postal antigua.
La imagen que hemos elegido (hay más de esa época que servirían de ejemplo) data de la última década del siglo XIX y lleva la firma de José Sellier, el gran fotógrafo coruñés que fue además pionero del cine español (por mucho que se empeñen los zaragozanos en lo contrario). En ella vemos al Obelisco en una esquina de la foto, y a la derecha la gran hilera de casas de los Cantones. Son inmuebles de poca altura, con lo que el monumento no queda empequeñecido, sino todo lo contrario. Por usar palabras de la alcaldesa, presidía los Cantones.
Para entenderlo, hay que viajar a finales del siglo XIX, al nacimiento mismo del Obelisco. Aunque muchos hoy no lo sepan, está dedicado a un prócer de la época, el compostelano Aureliano Linares Rivas. Sus méritos más cercanos a la construcción del monumento (los anteriores son extensos) fueron sus gestiones para que el puerto coruñés ganase nada menos que cinco muelles (Este, Palloza, Santa Lucía, Garás y Batería).
Según dejó escrito Juan Naya, que fue cronista oficial de A Coruña, los agradecidos herculinos pensaron primero en elevar un mausoleo en su honor. Después, en erigirle una estatua. Mientras se debatían ideas, la realidad económica se impuso: la falta de dinero era el principal problema para llevar adelante la iniciativa. De ahí que se lanzase la feliz idea de hacer una suscripción pública. Al tiempo, Linares Rivas se hizo el modesto. Pidió que “ningún recuerdo ostensible se le consagrase”, pero que si la ciudad seguía empeñada en agasajarle, se invirtiese la suma recaudada en “algún objeto benéfico o de reconocida utilidad”.
Fue entonces cuando se retomó la idea del alcalde Marchesi de dotar a la ciudad de una columna meteorológica, y por eso en principio el Obelisco contaba con barómetro y termómetro, además de con la veleta que aún conserva. Y este es el origen de lo que desde sus inicios se dio en llamar “el obelisco”, pero en realidad no lo es, pues se trata de una columna de fuste acanalado y capitel corintio. Las obras se iniciaron el 4 de mayo de 1894 y la inauguración se celebró el 10 de febrero de 1895. No asistió Aureliano Linares Rivas, al que se erigió este tributo en vida, pues fallecería el 31 de marzo de 1903.
Hay algo que no ha cambiado: el reloj. Ha sido sometido a muchas reparaciones, pero sigue siendo el mismo. Sin embargo, ya hace muchos años que el termómetro y el barómetro desaparecieron de los chaflanes: eran constantemente vandalizados y se optó por su supresión. La reja que rodeaba al monumento fue sustituida por una acera. Y (hasta aquí queríamos llegar) la altura de la columna ya no es la misma, puesto que se decidió alargarla para que no perdiese tanta presencia ante el crecimiento en altura de los edificios del Cantón Grande, un aumento que se inició en 1925, cuando se inauguró el primer rascacielos español, el Banco Pastor.
El fuste se amplió en tres sillares cilíndricos en 1951, siendo alcalde Alfonso Molina, alcanzando así los 18 metros que tiene hoy. Entonces se consideró suficiente, pero los edificios de los Cantones han ido creciendo hasta igualarse en altura con el del Pastor. Hoy, el Obelisco se queda chico respecto a ellos. Es por ello acertada la decisión del Ayuntamiento de realzarlo. Falta saber cómo.