Un fuerte dolor en el tórax encendió las alarmas de Rocío en febrero de 2024. Varias consultas y pruebas médicas después, lo que parecía una inofensiva contractura acabó derivando en un tumor en el timo, un órgano ubicado en el pecho detrás del esternón que genera un tipo especial de glóbulos blancos llamados linfocitos T. El caso de Rocío es uno de los 7.959 que se han diagnosticado en A Coruña el año pasado y, con motivo del Día Mundial contra el Cáncer, que se celebra hoy, comparte su historia y pone en valor la importancia de la ayuda psicológica. “La enfermedad es importante, pero la cabeza también”, asegura.
La primera consulta de Rocío fue en febrero. “Tenía un dolor muy fuerte en el tórax. Fui a Urgencias y me dijeron que era una contractura, pero en marzo me empezó otro dolor ahí mucho más fuerte. Me fui a la médica de cabecera y me dijo que podía ser de los esfuerzos, porque yo tengo una tendinitis crónica que ya me queda para la vida, pero que se le hacía muy raro que me doliese tanto ahí”, explica.
Una placa reveló una lesión, pero tuvieron que pedirle un TAC para ver qué era exactamente lo que tenía en esa zona del pecho. “A los dos días, estando yo en el Chuac con mi abuela ingresada por una neumonía, me llama la médica me dice: ‘Rocío, baja ya para Urgencias, que los hematólogos te quieren ver porque ahí hay algo’. Tuve que dejar a mi abuela allí. Llamé a mi padre, a mi madre y a mi marido y me fui para Urgencias a las nueve de la mañana. Allí ya me dicen que es un tumor”, recuerda.
Se trataba de un timoma de grado 1 como un melón de grande y ya le estaba obstruyendo la tráquea. “Al comer, me costaba tragar. Yo lo achacaba a malas digestiones”, explica Rocío.
“Cuando el hematólogo acabó de explicarme todo, lo primero que le dije fue que quería una psicóloga”, cuenta Rocío. Para ella, fue y es fundamental ese apoyo. “No era capaz de contárselo a mis amigas hasta que empecé a hablar con las psicólogas”, asegura.
“No era capaz de contárselo a mis amigas hasta que empecé a hablar con las psicólogas"
Sus primeros dos meses conviviendo con el cáncer fueron muy duros: “Esto es como si te metiesen una hostia en la cara y tienes que asimilarlo”. Noches sin dormir y ver la enfermedad de cerca en sus compañeros de habitación no ayudaron e hicieron que se derrumbase en varios momentos. Pero en esa oscuridad, también halló luz: “Me quedé ingresada con una niña de 17 años. Ella tenía de todo, pero estaba animándome a mí”, cuenta con la voz entrecortada, aunque asegura que “con esto, te haces más fuerte”.
Rocío habla del impacto de la quimio y de la radioterapia en el cuerpo: “Te ves horrible. Los corticoides te hinchan. Te ves en el espejo y dices ‘parezco la muñeca de Michelin’”, cuenta.
Son muchas las secuelas que pueden tener estos tratamientos. En su caso, uno de los que más le afectó fueron las pérdidas de orina derivadas de la quimio. “Cada vez que iba al baño, tosía o vomitaba, me meaba”, recuerda. Pasaron meses hasta que pudo acceder a un especialista.
El cansancio es, para Rocío, uno de los síntomas que menos se ve. Pero hay muchos más. “Hay calzado que no puedo usar porque no lo aguanto. Tengo hormigueos. Y tengo que usar todo de algodón porque te pica muchísimo”, ejemplifica.
Lo que sí que se ve, esa pérdida de pelo, fue para ella un trauma. “Yo cuando me vi sin pelo, empecé a llorar. Vas por la calle y la gente se te queda mirando. Ellos piensan que tú no te das cuenta, pero sí lo haces. Al principio me jodía, pero luego yo salía con pañoleta, me pintaba a los labios y me daba igual”, rememora.
Rocío conoció la Asociación Española Contra o Cancro en A Coruña (AECC) a través de una familiar. Allí acudió a pedir ayuda psicológica y fisioterapéutica, un apoyo que fue clave y que agradece profundamente.
Desde la AECC recuerdan que toda su atención es gratuita y están disponibles en el 900 100 036, las 24 horas del día los 365 días del año.
“Hay gente que tiene mucho miedo y no pide ayuda, pero luchando todo se puede. Nunca dejemos que nuestros miedos sean tan grandes como nuestras enfermedades”, pide Rocío.