Se acabó la fiesta

Ese es el nombre de una agrupación política que tildan de extrema derecha y que ha conseguido un magnífico resultado en las elecciones europeas. Y lo ha hecho mediante una aplicación de mensajería, Telegram. 


Al margen de las ideas que mueven a sus promotores y partidarios, deseo hacer énfasis en lo anaeróbico de su naturaleza. Razón por la que no debería escapar al análisis, su génesis, desarrollo y el medio en el que la iniciativa ha ido tomando cuerpo en el organismo electoral, colocando a tres diputados, merced a los 800.000 electores que han depositado en ella su confianza. Facción que no ha hecho otra campaña que ir anudando adeptos a través de un vasto entramado de noticias que alertan al consumidor de ese contenido de una realidad diseñada y pensada para hacerlo desistir de la realidad política, embarcándolo en la más absoluta desesperanza social. Porque no cabe la esperanza cuando la política abandona su naturaleza asamblearia para discurrir por cauces subterráneos en los que la confluencia escapa a la dialéctica de las ideas para entregarse a la concurrencia de las mutuas frustraciones, sin atender a otra razón que no sea la suya. En un dialogar netamente sectario que, al margen de las causas que lo muevan, no siempre carentes de razón, se tornan irracionales, porque la tarea de gobierno no puede nacer de lo oculto, ni ocultarse para un mandato que, si por algo se distingue, es por su carácter público. 

Se acabó la fiesta

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