El CIS ya no indaga sobre sus preferencias entre Monarquía y República. Hace unos días tuve ocasión de preguntar a su director, José Félix Tezanos, por qué las encuestas oficiales no rastrean la opinión de los españoles sobre la forma del Estado. Vino a decirme que se preguntaba indirectamente al plantearse la cuestión clásica, ineludible en todos los sondeos, cuando se invita a los ciudadanos a jerarquizar sus preocupaciones. Resulta que el problema de la forma del Estado (Monarquía sí o Monarquía no, si se prefiere centrar en lo que tenemos) es un decimal en relación con porcentajes asignados a problemas como la guerra de Ucrania, la inflación, el paro, la sequía, el medio ambiente, la inmigración, las listas de espera en la sanidad pública, la baja calidad de la clase política, la corrupción, la seguridad jurídica, etc, etc...
Ergo, si el asunto no preocupa a los españoles, ¿a qué viene preguntarles si prefiere un rey o un profesional de la política al frente del Estado? Es de sentido común, pero un sector de la clase política nunca pierde la ocasión de ponerse estupendos en defensa de una Tercera República que entierre la Monarquía Parlamentaria alumbrada en la Constitución del 78.
El suflé antimonárquico ha bajado notablemente. Solo de vez en cuando hay brotes puntuales en Cataluña. Algo dirán quienes se dicen republicanos y plurinacionales con motivo de este 92 aniversario de la proclamación de aquella Segunda República de dramático balance. Nada menos que una guerra civil con miles de muertos y la larga noche de una dictadura de cuarenta años. Amargos recuerdos cosidos a la conciencia colectiva de unos españoles que, noventa y dos años después, no tienen el menor interés en resucitar debates que huelen a naftalina. Peor, huelen a muerte, odio, miseria y desolación.
Sobre esa capa felizmente aparcada en los rincones más oscuros de nuestra memoria han ido floreciendo con el tiempo los más republicanos motivos de celebrar cada día que España, con un rey constitucional en la Jefatura del Estado, es un país que progresa en paz y disfruta cada día las libertades por las que lucharon los perdedores de la guerra civil.
No obstante, ya ha pasado el tiempo suficiente como para recordar, a la luz de la razón y de los estudios más rigurosos de los historiadores, que no es glorificable todo lo que se hizo o se dejó de hacer en nombre del régimen nacido en aquel 14 de abril de 1931. Con la perspectiva que nos ha dado el tiempo, no es oro todo lo que reluce en esta fecha de recuerdo a aquella República inaugural de profesores (Marañón, Ortega, Pera de Ayala...), que luego fue de políticos (Prieto, Gil Robles, Azaña, Calvo Sotelo) y acabó siendo de masas incontroladas (anarquistas, socialistas, comunistas, falangistas, requetés...). Nunca más, señores.