La semana se precipita sobre el calendario, los días se desperezan al toque de la alarma y junio irrumpe con el anuncio de vacaciones cada vez más cercanas.
Busco los momentos de calma como quien busca el oasis en medio del desierto, cada vez hay más “síes” a lo que me apetece y llena y “noes” a lo que se aleja de mis valores. Hablaba con mi amiga Silvia, hace unos días, de lo importante que es elegir. Decir “no” es renuncia y a la vez libertad para seguir por el camino que sentimos necesario transitar en ese momento. Podemos haber acertado o equivocarnos. ¿Es así? En realidad, ¿qué es acierto o qué es equivocación? Quedémonos con que es elección y, sobre todo, un paso más hacia nuestra identidad. Detrás de cada “no”, avanzamos hacia quienes realmente somos.
Podemos refugiarnos en dejar que las cosas ocurran y pasar por la vida o tomar las riendas y hacer que pasen cosas alineadas con nuestros valores y que la vida ocurra a través de nosotros. Claro que no podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiarnos a nosotros mismos.
Entre los “síes” de estos últimos días, atreverme con un taller de pintura de Margarita Domarco (buscadla en Instagram como @mdomarco_art). Sentirme en buenas manos ayudó para crear sin miedos y sobre todo sin prejuicios. El aperitivo, la compañía, el espacio sumaron para soltarme y dejar que mis manos, se dibujasen a ellas mismas. Una mirada amable, muchas risas y dejando de lado las comparativas, siempre odiosas.
Marga nos habló de manos famosas como las de Adán y Dios plasmadas por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, los bocetos de las de la Gioconda de Leonardo da Vinci, manos que oran en un maravilloso tono azul creado por Durero o la mano más regordeta que regaló Botero a la ciudad de Madrid.
En lo físico, las manos son una de las partes más complejas de nuestra anatomía: 27 huesos, 6 tipos de articulaciones, 5 tipos de ligamentos y numerosos músculos dan forma a cada una de nuestras manos. Lograr encajar todos estos elementos en su proporción y ángulo correcto es ciertamente complicado. Si a esta parte puramente fisiológica le añadimos la expresividad, el reto se pronosticaba complejo.
Manos a la obra. El lápiz, en sus inicios tímido, va soltándose, se desliza por el papel vacío y, poco a poco, va señalando su camino, primero el contorno, luego las uñas, busca la luz y matiza según la iluminación. Se detiene, respira, observa. Retoma el sendero que le lleva a recorrer las falanges, los distintos pliegues, los nudillos. Toma la vida en las venas, apenas matizadas, se desliza hacia la muñeca, se pierde entre las raíces y reposa en la firma. Fin. Título y fecha.
Como decía Henri Focillon en su Elogio de la mano, “las manos son rostros sin ojos y sin voz, pero ven y hablan.”