He dicho, y reitero, que la primera y última palabra sobre el futuro de los pueblos la tiene la propia gente y su gusto y decisión individual por vivir en ellos o persistir en la tendencia, iniciada en los años 50 del siglo pasado, de salir huyendo. Todo ello con permiso del instinto, no sé si genético, de la humanidad hacía el termitero, que ese no es de ahora y que comienza con la civilización, desde la Tebas egipcia o Teotihuacán hasta el México DF o El Cairo a día de hoy, por poner solo dos ejemplos de las megalópolis actuales con decenas de millones de personas apiñadas.
El éxodo en el medio rural español, del que como tantos otros niños agrarios formé parte, se asentaba en muy poderosas y visibles razones. Las condiciones de vida eran penosas y las posibilidades de prosperar ínfimas. El cultivo del campo no daba para más y con la maquinización lejos de necesitar más gente hacia que sobrara buena parte de la que había. Donde eran necesarias 50 yuntas, sobra con cinco tractores. Mulas no ha quedado ni una y labradores los justos. Así de sencillo y simple.
Pero para los que han quedado y sus pueblos la cosa ha cambiado y para bien. No es necesario explayarse en ello. Basta con contrastar las fotos. Las condiciones de vida no tienen nada que ver. De eso no cabe ninguna duda. Pero otra cosa es que la gente, los nietos, quieran volver o que decidan los urbanitas de varias generaciones dar el salto al medio rural. Al agrario, ya les digo que muy difícil, porque para eso hace falta algo más que voluntad. Se necesita tierra y inversión. Y no pequeña. La variación mas importante es otra. Se puede vivir en el campo sin tvivir de él. Trabajar en suma allí pero no en el sector agropecuario. Que puede parecer, y mucho lo es, coger el rábano por las hojas. Pero si no se va a rábanos sino a otras cosas, puede resultar. Si se quiere, vamos, que esa es la madre del cordero, aunque cada vez haya menos rebaños por allí.
Unos datos conocidos este diciembre y que han pasado desapercibidos, como casi todo lo que afecta al campo de veras, parecen alumbrar una chispa de esperanza. Porque desde hacia décadas no se producían, pero sí lo han hecho en el año 2020, que son las últimas estadísticas publicadas. En ellas se pone de manifiesto que los pueblos de hasta menos de 1.000 habitantes y las poblaciones hasta los 50.000 han comenzado, desde el año 2018, a ganar aunque muy tímidamente población mientras que las ciudades por encima de 100.000 y las de mas de 500.000 la perdían, siendo la tendencia más pronunciada en ambos extremos, por debajo de los mil en positivo y por encima del medio millón en el negativo y con particular impacto en el año 2020, en el que sin duda el COVID ha tenido mucho que ver.
Las cifras del INE reflejan que en el conjunto de pueblos de menos de 1.000 la subida fue de un 2,10% y de 1,38% entre los de 1.000 a 10.000, deslizándose a la baja este porcentaje según se aumenta el ranking de población hasta hacerse negativo al llegar a los 100.000 (-0,10%) y a los mas de 500.000 (-0,12%).
Son muy humildes datos pero que al menos durante tres años, y acelerado el 2020 por la pandemia, si parecen marcar una tendencia que habrá que comprobar si persiste cuando se conozcan los del 2021 y lo que pasa en el año que ahora empieza. Si se confirma o si se van por donde han venido.
Son cifras y datos globales, pero ahí los quiero dejar como esperanza. Otras cosa es qué núcleos de población, sobre todo los más pequeños, ya minúsculos, aguantan y cuáles no. Pero esa es otra harina aunque sea del mismo costal.