Me asomo a la ventana. Como estos días estoy recuperándome de un esguince de tobillo, me siento como James Stewart en “La ventana indiscreta”. Cojo los prismáticos a lo LB “Jeff” Jefferies y oteo el horizonte. Lo primero que veo es el Atlántico liso como una balsa azul e invitadora. Hay gente en la playa y nadando y me recorre un escalofrío de envidia pero el tobillo me pone en mi sitio. El Atlántico es bello pero traidor como una sirena cantando a Ulises. Al momento me acuerdo de los millonarios que se metieron en un submarinito como el que inventó el profesor Tornasol para buscar el tesoro de Rackham el Rojo pero en este caso para ver los restos del Titanic. Con lo bien que se está en casita viendo el naufragio rodado por Cámeron (ese momento en el que el barco se parte y se hunde es espectacular, no vamos a negarlo) van y se meten en el Titan, esa lata de sardinas con un ventanuco en la escotilla que solo se puede abrir desde fuera. El Titan se tripulaba con un mando de la Play, con eso ya está todo dicho. Se me ha escapado el pasado, “tripulaba” porque todo indica que la aventura no va a salir precisamente bien. No se puede bajar con un juguete al fondo de los mares sin ser Cameron, el Atlántico es cosa seria aunque hoy desde la ventana parezca tan inofensivo como un nene con un cubo y una pala en la arena.
Sigo oteando y veo las playas. Primero Riazor y luego El Orzán. Estamos ya en capilla para la noite meiga. Parece que va a hacer bueno y si ajusto más las lentes puedo ver a jóvenes haciendo a estas horas las parcelas de todos los años, pero cada día más temprano. Galicia, país de ferrados y marcos. Aún recuerdo el crimen de Paulino Fernández en Chantada, año 1989, debido a una obsesión malsana por unas tierras que desembocó en una cacería digna de un true crime norteamericano. Paulino mató a siete personas y se suicidó tirado en su cama tras prender fuego a su casa. El fuego purificador, de eso va la noche de San Xoán. Curiosa asociación de ideas, dirán ustedes, pero es lo que tiene estar mirando por la ventana con unos prismáticos, que una se convierte en una mente criminal sin casi darse cuenta.
Toca coger las herbas de San Xoan, que son siete, como los asesinatos de Paulino. A saber, el helecho macho (¿vale hembra sentida? No lo sabemos), el hinojo, la hierba luisa, la malva, el romero, la xesta y la hierba de San Juan, aunque unas dedaleras, hojas de laural o una rosa también pueden valer perfectamente para completar el ramo. Ojo con las dedaleras, que contienen digitalina, un tóxico que en malas manos acaba convirtiéndose en un caso para Colombo. Todas ellas se meten en agua y se dejan toda la noche para al día siguiente lavarse la cara con la infusión y así ahuyentar a los demonios, los meigallos y males de ojo que están tan al día. Mi madre, que era de Vilalba, guardaba un poco del ramo para secarlo y quemarlo al año siguiente en la lumerada del barrio con algo viejo, cosa que hago yo también. Las tradiciones hay que respetarlas.
Porque, ojo, amigos coruñeses, respetemos nuestras tradiciones ancestrales este San Xoán: no son cacharelas, son lumeradas. No son xoubas, son parrochas. Y hay que saltar las lumeradas con mucho cuidado y siempre en número impar.
Y recordad, mucho cuidado también si os bañáis de noche: el Atlántico parece tranquilo, pero es traidor como una sirena llamando a Ulises.