cuando los que hacen mal las cosas no son capaces de reconocer sus errores, siempre viene echar la culpa al primero que tienen por delante, tenga o no que ver con el asunto. Lo aprendemos desde niños: “Yo no he sido, ha sido mi hermano”. En la adolescencia crece y en la madurez debería desaparecer pero lamentablemente, casi nunca es así. Nos cuesta asumir nuestras responsabilidades y admitir nuestros errores. Ahora, aquí, en esta España de la cuesta de septiembre, los “culpables” de todo son, más o menos por este orden Putin, la pandemia, Núñez Feijóo, Feijóo y Vox juntos, siempre Isabel Díaz Ayuso, la derecha mediática, las empresas energéticas y las tecnológicas, los empresarios, Franco de vez en cuando, y el Banco de España. Que se lo digan a Sánchez, que empieza su gira por España para recuperar el crédito perdido y que espera destrozar a uno de esos culpables en el próximo debate en el Senado.
Pero a esos “culpables” de todos los males que nos aquejan, que son muchos, y que nos presentan un invierno muy duro, se ha añadido otro, ni siquiera presunto, y que hasta ahora nadie había mencionado: Dios. Nada menos que Dios. Y aunque entiendo que los políticos se hagan trampas al solitario todos los días, que lo haga un buen escritor, un intelectual de prestigio --por supuesto, de izquierdas, si no fuera de izquierdas no podría ser un intelectual...--, resulta aún más patético. “Dios, sin necesidad de existir, ha producido y produce aún más muertes que las sequías prolongadas. Dios, sin existir, obliga a millones de mujeres a ir con la cabeza y el rostro cubiertos. Sin existir, estuvo a punto de matar hace poco a Salman Rushdie.
Sin existir, apoya y mantiene las dictaduras más crueles del universo mundo. Sin existir, manda a miles de inocentes a la horca cada día. Sin existir, tiene representantes en la Tierra a través de los cuales informa acerca de lo que está bien y de lo que está mal”. Así, de un tirón. Juan José Millás, que es el autor de todo lo anterior, le ha puesto en bandeja el discurso a Pedro Sánchez. Dios tiene la culpa de todo. Y eso, como dice, sin ni siquiera existir. Hace muchos años que Nietzsche decretó “la muerte de Dios”. No sabía, y Millás se lo aclara, que no pudo morir porque nunca existió. Y aunque hoy la sociedad está más secularizada, defiende el placer personal por encima de todo, lo quiere todo para ya, por lo que la eternidad es un concepto distante y complejo.