Advierto de que el titular de este comentario nada tiene que ver con las acusaciones contra Pedro Sánchez, irreflexivas a mi juicio, de intentar ‘suplantar al Rey’, incluso de ocupar su puesto. Si Pedro Sánchez hubiese querido de veras acabar con la actual forma del Estado, quizá lo hubiese logrado. Ni lo ha intentado ni ha pretendido, a mi juicio, minimizar la presencia pública del jefe del Estado. Otra cosa es que la totalidad de las fuerzas que apoyarán al PSOE en la investidura de Sánchez sea de orientación republicana, en algún caso de manera casi furibunda: ni siquiera ir a La Zarzuela, a entrevistarse con el Rey como quisieran la Constitución y las buenas prácticas democráticas, quieren.
Claro, no esperen que Felipe VI haya salido muy contento de su encuentro, más que protocolario, con Sánchez. Un encuentro cuyos detalles más interesantes jamás conoceremos, claro. Pero que ha concluido con el encargo del Rey a Sánchez para que trate de formar gobierno, algo que Sánchez pareció este martes seguro de lograr. Pero ya digo: quedan muchos flecos sobre temas espinosos y candentes, desde la amnistía hasta la consulta secesionista, pasando por la financiación de la autonomía catalana, etc. No dio muchos detalles Sánchez al respecto, la verdad.
Los nueve años de reinado de Felipe VI han estado, todos ellos, marcados por la sombra de Sánchez. Pedro I el Conquistador de las primarias socialistas allá por 2014; Pedro II, el Defenestrado de Ferraz en 2016; Pedro III, el Reconquistador, que aniquiló a su ex mentora y rival Susana Díaz en 2017; Pedro IV, el Mágico, que, con una moción de censura que a él mismo le pareció increíble en 2018, se hizo con el Gobierno, el primero de coalición -y qué coalición- en ocho décadas. Y ahora, Pedro V, el...¿Reinventado? ¿El Empecinado? ¿El Desistidor?
Han sido, en estos nueve años de ‘sanchismo’ (conste que lo digo sin pizca de tono peyorativo: es una definición, sin más, como ‘felipismo’ o ‘aznarismo’), diez las veces que Felipe VI ha tenido que afrontar los términos dudosos, insuficientes, del artículo 99 de la Constitución en busca de un presidente del Gobierno; su padre, Juan Carlos I, necesitó 39 años para completar el mismo número de intentos de investidura. Esta comparación da idea de la inestabilidad tremenda de la actual situación política. Y en todos los casos, Sánchez, por acción, omisión, presencia o ausencia, fue al menos coprotagonista. De hecho, solo quedan ellos dos, Felipe de Borbón y Pedro Sánchez, en primer término del ruedo político desde 2014. Todos los demás se han difuminado, sustituidos por otras figuras emergentes.
Así, Felipe VI y Pedro Sánchez se han constituido, les guste o no, en dos personajes de algún modo asociados. No sé si su relación es tan buena como la de Juan Carlos I con Adolfo Suárez, o tan mala como la de Aznar también con el emérito, o tan líquida como la de Rajoy, que rechazó el encargo de Felipe VI de someterse a una investidura que daba por perdida. Sé que a Sánchez le conviene que el imperturbable Felipe VI se mantenga en el puesto: las revoluciones, con gaseosa. No estoy tan seguro de que a Felipe VI le convenga tanto que Pedro Sánchez y su entorno Frankenstein, donde anidan varios proyectos republicanos y plurinacionales dentro de la nación, sigan habitando o sobrevolando La Moncloa. De momento, la verdad es que apoyos atados, lo que se dice atados, no parece tener ni el de Yolanda Díaz, por una cuestión, diría yo, de un quítame allá un par de ministerios.