Guapos de postal

De un tiempo a esta parte me da por observar lo que se cuece en unas redes sociales que, además de haberse postulado como bastante importantes para lograr dar a conocer negocios y rejuvenecer imágenes, también se han convertido en un auténtico escaparate de una belleza que-aunque a veces tergiversada-muchos se afanan por mostrar.


Mientras los más jóvenes enseñan sin pudor a sus amigos y conocidos lo bien que se lo pasan en lo que aparentemente es una vida superlativamente feliz, otros algo mayores, conscientes de que la tontería ajena engrandece sus propios egos y en muchos casos puede llegar a darles de comer, nos muestran su día a día con poco tapujo y mucho retoque fotográfico.


Por obra y gracia de internet y de la necesidad de algunos de tener ídolos de plástico e inspiraciones que les otorguen seguridad en sí mismos, nacen los influencers, que vienen siendo los ídolos que en mi generación algunos llevaban pegados en sus carpetas, pero a tiempo real.


La gente se mete en la vida de otra gente. Copia sus estilismos, visita los restaurantes que-en muchos casos- recomiendan previo pago, compran los productos que casualmente nos cuentan que hacen brillar su pelo, o tratan de visitar los hoteles en los que sus referentes se hospedan.


Al mismo ritmo que crece la cuenta bancaría de los instagramers, decrece la creatividad de la sociedad o, incluso, se va de madre. Miles de personas sueñan con ser como ellos y hacen sus pinitos en lo que, muchas veces, acaba convirtiéndose en una galería de los horrores.


La anti naturalidad se hace fuerte para tratar de lograr el más difícil todavía y, sorprendidos, observamos cómo ávidos copiones se disfrazan de todo y de nada intentando saltar a la fama sin demasiado esfuerzo y con bastante caradura.


Pero como sucede en todos los ámbitos de la vida, unos logran lo que se proponen, otros no lo hacen jamás y, algunos, en un intento por probar cosas, se salen por la tangente y triunfan en aquello que menos esperaban. Y he ahí donde surge el filón, el diamante en bruto y la posibilidad de dar con la mina. Una mina llena hasta arriba de estupidez humana, de personas que precisan que otros les digan qué hacer con sus vidas y, sobre todo, cómo tienen que vivirlas para convertirse en “guays”. El mundo se llena de seres humanos deseosos de escapar de sus existencias para inmiscuirse e-incluso- emular las de otros… Y, todo eso podría llegar a ser respetable, si no fuera porque entre imitación e imitación, uno acaba perdiendo su verdadera esencia.


Es entonces cuando el mundo se llena de autómatas, cuando volvemos a demostrar que muchas personas precisan de gurús para encontrarse a sí mismas, para intentar ser como aquellos a los que consideran que han triunfado y, desgraciadamente, para perder poco a poco su propia identidad en favor de la de esos guapos de postal a los que tienen por mejores por el mero hecho de ser admirados por una mayoría que, comprada o sin comprar, se deja llevar por lo que dictamina un líder.


*Begoña Peñamaría es diseñadora y escritora

Guapos de postal

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