A lo largo de las dos últimas décadas se ha consolidado en el universo mediático español una tendencia ya convertida en tesis doctoral. La vara de medir y el embudo de colar de la corrupción y la conducta dependen de la adscripción ideológica en la que se inscribe el sujeto. Si se te inscribe en la derecha ya te puedes dar por liquidado. Pero si perteneces al firmamento progre si no te alcanza la bula completa, al menos una indulgencia plenaria sí. Pongamos que hablo de Almodóvar y los pápeles de Panamá. Era feo en los “demás”. La condena o absolución no se dicta en los tribunales sino en los platós. Con jurado de parte y juez, fiscal y abogado defensor perfectamente seleccionados para que su veredicto esté ya firmado. Da igual el monto del delito, da igual la relevancia de acusado, da igual el grado de implicación. Lo que te salva o al menos te disculpa o por el contrario te ata en cueros a la picota es el color. Si eres del “malo” date por arrastrado con el sambenito de por vida, sin importar para nada ni siquiera la exoneración o la absolución. Tu suerte estará echada y ni siquiera la muerte te salvará de la mancha, aunque no haya habido ni siquiera una imputación judicial. Pongamos que hablo de Rita Barberá.
Si eres de los “buenos” ya será otro cantar. Como poco, comprensión, como mayor obscenidad y perversión mayor, lametones exculpatorios aunque sea tu pasado el de unas siglas asesinas que sembraron la muerte y el terror.
En los casos de corrupción política es donde el “fenómeno” alcanza una mayor relevancia y claridad. Los unos salen, encabezando, telediarios, portadas, tertulias y hasta programas basura de la pocilga nacional. Haya caso o sin haberlo, es la paja cotidiana de ración. Los otros, como mucho, se asoman cuando ya no hay más remedio y como de refilón. Más bien como coartada para argüir después que de eso también se ha hablado. La manipulación bien hecha necesita de ello para cargar la otra mula con quintales, con todos los énfasis y con todas las “opiniones” redundantes de su condenación. Y eso, es justicia reconocerlo, lo hacen muy bien, mientras que cuando por el otro costado se les pretende imitar se sirve, tosca y torpemente. Pongamos que hablo de la Gurtel y los Eres. O pensemos en porque a unos se les escudriña hasta un euro y a otros jamás se les pregunta por el amasado de una fortuna, por completo inexistente cuando a la política se llegó.
Va por medios, claro está. Con superioridad abrumadora, más claro aún. Pero hay algo mas. Están quienes comunican. Salvando las muy apreciables excepciones, es aqui donde está, quizás, un de las madres del cordero de la situación. El periodismo convertido en causa ideológica. La “causa” por encima y antes que nada, incluida la verdad. Allende dixit. La militancia política a través de la información. El Agitprop. La ecuanimidad, el rigor, la verdad, el mínimo intento de objetividad e independencia ya no es que esté en desuso, es que resulta estar contraindicado y ser considera lo peor de lo peor. Y aquí también el desnivel en la balanza es tremendo. La hegemonía, auspiciada desde la facultad, convertida en referente doctrinal y vital de lo que aún seguimos llamando izquierda es absoluta y brutal. Se puede alardear del pensamiento más extremo y, por supuesto, del más progre, “correcto, estabulado y aceptado” como gran carta de presentación y pista para medrar pero ojo con tener algún matiz, valor o pensamiento desviado del rebaño hegemónico. Hace mucho más frio por ahí. Y te puede pasar como en todo lo anteriormente escrito aquí. En vez de loas, bula e inmunidad lo que te espera es inquisición, estigma y exclusión.