El odio político es uno de los más peligrosos virus que pueden infectar al ser humano y su potencia de contagio es tal que puede acabar por enfermar a toda una sociedad entera.
En España, culminada la Transición, al final del pasado siglo llegamos a creer que era ya algo superado y que habíamos quedado vacunados e inmunizados para el futuro.
Es evidente que no ha resultado ser así. Se abrió, al comenzar el siglo XXI la espita y desde entonces la mancha no ha dejado de extenderse hasta ser ya algo que parece consustancial a nuestra existencia y que no solo no hay posibilidad de erradicar sino que incluso y ni siquiera parece haber voluntad de hacerlo e intentar combatirlo sino que hasta se alimenta cada vez más.
Es algo palpable, con lo que se tropieza de continuo y que ya alcanza a todos nuestros comportamientos y actividades. Ya ha afectado incluso a las relaciones personales, de amistad, de vecindad, de roce y de convivencia.
Es triste, en muy triste y una desgracia de enorme calado y trascendencia para nuestro presente y nuestro futuro como comunidad. Hay ya quienes creen que este clima es algo normal, porque se han criado en cierta manera y, además ya no solo no se quiere recordar sino que se desprecia el tiempo no tan lejano en que esto no fue así. No era para nada así. Quizás por ello los desparramados de odio quieren sepultar esa memoria y convencernos que la que vale es la del enfrentamiento y el rencor.
Se comprueba, digo, en todos los aspectos de nuestro común transitar y alcanza de lleno a nuestra actividad. Nada escapa a él y no iba a estar la literatura al margen de la enfermedad. Porque solo así se puede calificar el ataque e insultos a un escritor y la descalificación consiguiente de su obra por el color que se le atribuye o el sambenito ideológico que se le cuelga del cuello.
Dirán que no. Pero es mentira. Es uno de los nichos donde con mayor insania se practica, se excluye y se carga contra la fama y la dignidad de las personas en esos campos de la pedrada y el escupitajo en que se han convertido algunas redes de internet. Da pena decirlo, aún más tenerlo que escribir. Pero es así.
El no ser de los “nuestros” es ya un elemento muy a tener en cuenta a la hora de arte, del cine y de la literatura. Puede ser hasta letal.