Parrochiñas vs xoubiñas

La rivalidad entre ciudades es un clásico que sin duda se remonta a las antiguas civilizaciones. Es consustancial al ser humano, a la sangre, a la patria, al amor a la tierra, a las ganas de tocarnos las gónadas los unos a los otros que llevamos implícitas desde que Caín mató a Abel por ser carnívoro. Caín, el primer vegano, también el primer asesino (yo lo dejo caer por aquí así cómo quién no quiere la cosa).


En España tenemos muchas ciudades rivales. Odio Sarraceno. Nada de Oxford y Cambrigde, regatas, bufandas de rayas y rubios gays en el armario. Aquí la cosa es más salvaje, más visceral, fruto de nuestra mezcla de genes guerreros y conquistadores, de Algeciras a Estambul, que decía el poeta, etc, etc. Y Galicia no escapa, no, de la fiereza ancestral de las rivalidades. Desde que Oza de los Ríos se unió a su rival más terrible, Cesuras, la que une-separa a Coruña de Vigo es la más importante: las dos metrópolis galaicas, el eje Norte-Sur, La Torre de Hércules y la Isla de Toralla, la Galifornia cálida contra el viento del Nordés y los temporales.


Es la nuestra una rivalidad eterna, de autobuses escoltados por la Policía Nacional camino de los estadios, de insultos en el campo, de Riazor y Balaídos, de descensos y lonas, de Riazor Blues eternos y Celtarras disueltos, de hormigoneras y perdones, de Lendoiros y Mouriños. El Depor sobrevive en lo que ahora se llama Primera Federación, como una nueva república post Imperio en Star Wars, pero aún así sigue la rivalidad. Hoy el Celta vuelve a Coruña, vuelve la ilusión, aunque sea un poco descafeinada. Pero en Coruña, buah, neno, nos iremos al bar a sufrir, como siempre. Decían que el Celta tenía la mejor afición de España, pero aquí nunca dejaremos de cantar el “Cómo me voy a olvidar…”. Sin acritud.


You say potato/I say poteito.


En Vigo hay gichos, aquí hay chorbos. En Vigo miran, aquí, vemos. En Vigo dan clases particulares, aquí vamos a la pasantía. En Vigo no hay patatas fritas de bolsa, hay patatillas. Hay que reconocer que la idea de las patatillas es buena, aunque las más famosas sean las Bonilla de Coruña, como los churros (sin olvidar los de El Timón, que no se me celen). En Vigo hay ostras bravas y aquí percebes. En Vigo hay luces, muchas luces, aquí tenemos la Estrella de la Muerte en Navidad. En Vigo está Caballero-Jedi, aquí tenemos a Rey, (seguimos con las inevitables  comparaciones con Star Wars). En Vigo hay xoubas, aquí hay parrochitas. En Vigo hay churrasco, aquí, parrilladas. En Vigo hay cacharelas o fogueiras (gracias, Ledicia Costas por la información), en Coruña hay lumeradas en Riazor y El Orzán, fiesta nacional del botellón y las parcelas.  En Vigo, Peinador, en Coruña, Alvedro. Y además las dos ciudades tenemos el Francisco Sá Carneiro.


En Vigo está el eterno Leo Caldas –aún duele, Domingo. Duele mucho–. En Coruña, Valentina Negro.


Concedo dos cosas muy importantes que Vigo tiene y Coruña no: una de ellas es haber salido en uno de mis libros favoritos de todos los tiempos: “20.000 leguas de viaje submarino”, de Julio Verne. Eso no te lo perdonaré nuca, Julio. Y la Intermodal. ¿¡Dónde está nuestra Intermodal, Rey!? Necesitamos una Intermodal con trenes que quepan por los túneles. Y de paso una isla en el medio del mar en donde edificar unas gigantescas Percebeiras, altas como un rascacielos de Kuala Lumpur, dos torres que rivalicen con el faro más antiguo del mundo, con un restaurante en el último piso desde el que se pueda ver Nueva York en los días sin niebla. 

Parrochiñas vs xoubiñas

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