como tengo escrito, la moción de censura que arranca este martes en el Congreso va a ser una mezcla de respeto a la tercera edad y la cansina continuación de la lucha por el poder del partido que gobierna con el que aspira a gobernar. Uno por retenerlo (PSOE y compañeros de viaje). Otro por reconquistarlo casi cinco años después (PP, probablemente escoltado por Vox).
Toda la artillería argumental de los cruces entre portavoces vendrá cargada con los mencionados condicionamientos, incluida la que se despliegue a la izquierda del PSOE y a la derecha del PP. A todos ellos, sean fuerzas tractoras o costaleros necesarios, les interpela el viscoso negocio de la política: la lucha por el poder.
Sabedores de la expectación creada, PSOE y PP, tienen bien pensada la estrategia. Les inspira el miedo a que el debate refuerce al adversario. Sin renunciar a sus mantras favoritos. Sánchez reprochará al PP su tendencia a ponerse de rodillas ante Vox. Es su forma de impedir que Feijóo (su avatar estará muy presente) se consolide como contrafigura del actual presidente del Gobierno. Y Cuca Gamarra (interviniente del PP en ausencia de Feijóo, que no es diputado), reprochará a Sánchez su tendencia a ponerse de rodillas ante ERC y Bildu.
El Gobierno, en intervenciones intercaladas del presidente Sánchez y la vicepresidenta Díaz, pregonará por enésima vez la equiparación política e ideológica del PP con Vox, al grito de “¡que viene la derechona!”. Tengo mis dudas de que eso –votar a la contra de Feijóo más que a favor de Sánchez y su dividido Gobierno– sea suficiente para combatir la indolencia de los votantes de una izquierda hoy por fracturada.
Ramón Tamames sólo será el pretexto. Por mucho que desde Moncloa y sus medios afines se acuse al profesor de contribuir a normalizar a la ultraderecha.
¿Y eso qué tiene de malo?
Nada, pero expresa un deseo: conseguir que la opinión pública identifique al PP con Vox. Y, a la vez, un temor: que la identificación se materialice realmente en una nueva ecuación de poder que expulse a Sánchez de la Moncloa.
Me explico. Nunca desde posiciones socialistas se objetó la normalización política, por ejemplo, de quienes en su día tuvieron que elegir entre “votos o pistolas” (Rubalcaba dixit) y hoy son sus aliados parlamentarios (me refiero a Bildu, claro).
La apelación a la simetría seguramente saldrá a relucir en el debate como resorte argumental del PP frente a quienes sostenemos que pactar con la ultraderecha no es de peor condición que pactar con la ultraizquierda, independentistas y herederos políticos de Eta.