Las elecciones andaluzas, aunque se hurte el cuerpo y se haga como que no, van a determinar el futuro político de España. Y lo saben. Los unos, los otros, los de al lado y los de los extremos. El próximo lunes y dependiendo de los resultados van a empezar a pasar muchas cosas. En el gobierno central, por supuesto, en la oposición, sin duda pero también en muchos territorios autonómicos y hasta en los cálculos municipales. Pero para ello habrán de estar contados los votos, que las encuestas son pájaros volando.
Pero se están velando armas en más de un ministerio y en un puñado de Comunidades Autónomas. Habría incluso y dependiendo si pintan oros o si pintan bastos, que alguno se anime y otro piense que ya ha tenido bastante. Porque las andaluzas lo que van a marcar es una tendencia bien hacia la consolidación y estabilidad del poder establecido o, por el contrario, de deslizamiento y velocidad de este hacia el ocaso. Eso lo saben Sánchez y Feijoo, pero también lo saben Page, Lambán, Vara y Barbón y quienes pretenden ser sus oponentes el año próximo en las urnas cuyos nombres estará por ver cuales serán, pues una vez más y en base a mayores o menores posibilidades esa será cuestión a dilucidar cuando toque, aunque ya empieza a haber por muchos sitios movimiento y tanteo de fuerzas.
El PSOE se la juega en el sur, que fue su feudo parecía que perpetuo. Pero el PP y Feijoo se la juegan igualmente y el domingo puede ser el inicio de un vuelo, o por el contrario irse al suelo sin haber siquiera comenzado a levantarlo.
Otro de los asuntos que quedarán también allí sentenciados es si Ciudadanos tiene alguna viabilidad de supervivencia o si ya su extinción será irreversible. Y sin alcanzar ese mismo grado de drama, la extrema izquierda puede encontrarse también en una situación de incuria e irrelevancia que la devuelva a los tiempos de apéndice y muleta. Vox también habrá de medir con cuidado, aunque sean poco dados a ello, el peso de sus cartas. Su problema pueden ser las enormes expectativas que ellos mismos han ido agradando hasta proporciones que pueden volverse luego en su contra, pues nada hay peor en política que verlas frustrarse. Aunque, claro, si luego hay poder, la frustración con cargos es cosa muy dulce.
Pero hasta el domingo mejor dejarse de quinielas, que miren lo que pasó la vez anterior y la cara que se les quedó a quienes si algo no se esperaban era lo que salió al final en las papeletas.