El papa emérito Benedicto XVI, fallecido el sábado a los 95 años, fue despedido este lunes por miles de fieles que desfilaron por la basílica de San Pedro en el primer día de su capilla ardiente, que concluirá el jueves con su funeral.
En total, unas 65.000 personas pasaron ante el cuerpo del papa alemán, según datos de la oficina de prensa de la Santa Sede, que confirmó un número de visitantes mucho más alto del inicialmente previsto por la delegación del Gobierno en Roma, que esperaba 35.000 durante todo el día.
Ratzinger, que en 2013 fue el primer pontífice en renunciar en los últimos seis siglos, yacía sobre un catafalco de tela dorada a los pies del Altar de la Confesión y del baldaquino de Bernini, sobre el lugar en el que según la tradición fue sepultado San Pedro.
Vestía los paramentos pontificios, la casulla roja (color del luto papal) sobre una túnica blanca, pero al no ser un papa “reinante”, por haber renunciado, no se le colocó el palio, la estola blanca que se lleva sobre los hombros y que representa su jurisdicción.
La cabeza de Benedicto XVI estaba tocada por una mitra blanca de bordes dorados, en sus manos llevaba un rosario y el anillo que llevó durante su tiempo de emérito (su Anillo del Pescador, que evoca el poder papal, fue destruido) y calzaba un par de austeros zapatos negros, no los rojos que representan la sangre mártir.
La capilla ardiente provocó una larga fila de personas que daba la vuelta a la plaza de San Pedro y que desfiló ante los restos del papa alemán, escoltados por dos Guardias Suizos con alabardas. Muchos eran fieles que inclinaban su cabeza ante el pontífice o se persignaban mientras que otros tantos eran turistas o personas a los que este fallecimiento vaticano pilló en Roma.
En el lugar estaba también la “familia vaticana” de Ratzinger, las personas que le asistieron en su retiro en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, entre estos su secretario personal, Georg Gänswein, que recibió el pésame de algunos de los fieles.
Velando el cadáver se pudo ver a algunas monjas y antiguos miembros de la curia, como el cardenal y arzobispo emérito de Valencia, Antonio Cañizares, con un bastón, o los también purpurados Camillo Ruini, en silla de ruedas, y el alemán Walter Kasper.
Los restos fueron llevados en coche desde el monasterio en el que vivía y donde murió hasta la basílica y, ya dentro, trasladados sobre los hombros hasta el lugar de la capilla ardiente.
Antes de que la capilla ardiente diera inicio, se celebró una liturgia discreta con la presencia del jefe del Estado italiano, Sergio Mattarella, y la primera ministra, Giorgia Meloni.
Mientras el templo vaticano celebra estas exequias, fuera, en la plaza, algunos operarios se afanan en ultimar los preparativos del funeral del jueves, presidido por Francisco, algo inédito dada la inusual convivencia de dos papas la última década.