Está más que demostrado, el uso racional y responsable de la mascarilla en estos momentos cruciales de la pandemia que nos azota, salva vidas, es por tanto un arma ideal en la lucha contra este virus que nos abruma y nos acosa de una forma insistente. Ahora estamos en el peor momento, con un invierno de frío extremo y temperaturas rozando mínimos desde inicios de año, lo que agrava la situación de la crisis sanitaria española, mientras que la vacunación avanza muy lentamente, quizás demasiado, sin saber los motivos que inducen a ello, hay que tener presente que esta crisis, la están sorteando las autonomías, en lugar del gobierno central, al que han suplido en sus obligaciones que correspondía hacer a la presidencia del gabinete español.
En Galicia las normas son claras, aunque con algunas lagunas concretas que dan pié al error y la picaresca, en lo que respecta al deporte al aire libre, en cuyo texto se explica “que caso de ejercicio de deporte individual al aire libre, exclusivamente durante la realización de la práctica deportiva, teniendo en cuenta la posible concurrencia de personas y dimensiones del lugar, pueda garantizarse la distancia de dos metros” en este supuesto caso, están exentos de llevar mascarilla.
La realidad es que muchos ciclistas usan la bici para pasear, no para hacer deporte y se mezclan con el peatón que pasea con su mascarilla, mientras el ciclista va sin ella en la mayoría de los casos, no hace una actividad deportiva, propiamente dicha, sino un mero paseo sobre una bicicleta en medio de los paseantes y a escasa distancia que nunca es superior a los dos metros, ya que en la mayoría de los casos van sorteando al peatón, como si de un juego se tratase. De modo que conviene atajar esta laguna y poner a cada uno en su sitio, la desfachatez, ya era una desventura del siglo XVIII, con la picardía de las gentes en el abuso constante de las normas. Esto es extensible a los corredores que van a su aire en medio de los peatones cautelosos y que se ven obligados a separarse de su camino, al carecer de mascarilla y sudorosos pasan cerca del peatón sin la consabida separación obligatoria.
Algo parecido pasa en las reuniones en locales de ocio, en que es frecuente observar como mucha gente, sobre todo joven y media edad (20-50 años) cuando llegan a un establecimiento, nada más entrar por la puerta retiran su mascarilla y no, solo cuando es al momento de la consumición, en el tiempo de estancia están sin ella hablando con los acompañantes o ocasionales encuentros durante un largo tiempo, sin que la mascarilla esté presente en sus rostros. Cuando lo normal sería llevarla puesta en todo momento, salvo al instante de ingerir o beber la consumición y acto seguido volver a colocar la mascarilla.
Todas estas actitudes conllevan el enfado de unos y la pasividad de otros, cuando está demostrado que la mascarilla, su uso, evita el contagio de otra persona que no la lleve y no sabe si está contagiada o no y si es asintomático, esto perjudica la salud de los demás, crea psicosis colectiva y sobre todo colapso hospitalario, usemos todos la mascarilla y nos ira mejor.