A Sánchez el sentido de Estado le dura escasamente un total del telediario. En el de la tarde. Luego ya en el de la noche vuelve al monte del oportunismo y su pasión verdadera, el poder como sea y con quien sea. La prueba del nueve es Cataluña. Fue a Moncloa. Al salir se dijo que estaba contra el separatismo, la expropiación de la soberanía al conjunto de los españoles y en el apoyo al Gobierno para impedir un referéndum anticonstitucional, ilegal y bananero. Pero solo unas horas después ya salió Margarita Robles para decir que se opondrían a la puesta en marcha de instrumentos legales, como el artículo 155, para impedirlo. O sea, que en teoría anuncio que te apoyo pero en la práctica y los hechos impido que se utilice el instrumento para impedirlo. Y, tercer paso, me voy a Cataluña y anuncio que la culpa de todo esto no la tienen los secesionistas sino el Gobierno y que él les “reforma” lo que quieran. Si eso es lealtad, casi es preferible la traición más descarnada.
Sánchez, como la famosa cabra, siempre tira al monte, y pasado por un mínimo barniz de propaganda de que se había vuelto otra cosa, ya está metido en él sin que le importe, es más, se aprovecha, la gravedad del desafío. Desarbolada su oposición interna cada vez más lo veremos como lo que es y significa. Y ello tendrá que ver cada vez menos con los principios del socialismo, con la lealtad a España y a su Constitución y cada vez más con su deriva caudillista y su hoja de ruta hacia Moncloa sin que le importe lo que se pueda llevar por delante.
Porque resulta de una irresponsabilidad profunda comenzar a hacer ofrendas al separatismo en el momento en que este acelera desbocado hacia el golpismo y aplasta a los que entre sus propias filas le advierten de que delante solo hay abismo. El único que no quiere verlo es Sánchez, que le ha comprado el baile a Iceta y va a bailarlo ya con Podemos. Entre ambos van a “reformar” la Constitución. O sea, pretenden sustituir un pacto de una inmensa mayoría de españoles por un “trágala” que impongan ellos. Una aberración y una vuelta a la confrontación y a la exclusión, que es imposible porque para ello les faltan cien escaños y muchos millones de votos.
Pero en eso andan ya en collera y con ensayos, como el de Castilla-La Mancha, donde el principio de supervivencia personal de Page ha arramblado con lo que hasta un minuto antes se proclamaba y el pillar poltrona de Molina, que hacía una viñeta denunciaba un pacto Page-Cospedal, con cualquier vestigio de coherencia. Iglesias ya tiene la vicepresidencia que exigía para la investidura aunque por ahora solo sea una comunidad autónoma. No se si arrendarle las ganancias, porque me olfateo que en este envite es Sánchez quien le ha comido la tostada y Podemos acepta ya el papel de “sogilla” y el rol de actor secundario Bob de los Simpson.
El PSOE puede haberse comido esa rebanada. Pero el pan es cosa diferente. Porque ese pacto, la visualización de un gobierno Pedro-Pablo, con la asunción de los postulados podemitas, que son los del “derecho a decidir” separatista, el pretender demoler lo construido, puede que al pueblo soberano no le guste nada y que en las urnas el otro y el uno en vez de más agua lo que tengan es más pertinaz sequía en el pozo y por lo que disputen es porque quién ha salido menos malparado de la derrota.