A todos nos gustaría volver al diciembre de 2019. Nos identificábamos con las luces y en nuestras mesas estaban los que tenían que estar pese a que siempre hay ausencias. Las de los padres que se fueron para siempre, la del hijo que no pudo viajar, la del hermano atacado por la gripe. Aun así, volveríamos al 2019. Ni mascarilla, ni distancia y si abrazos, brindis y rienda suelta a los afectos en forma de abrazos o besos.
Volveríamos a ese diciembre en el que ni vislumbrábamos la calamidad que estamos viviendo. Nos parecía todo normal, afianzado, seguro. ¿Cómo iba a ser de otra manera?. Pues aquí estamos. Ante una Navidad que ni en una pesadilla podíamos imaginar.
Son tiempos de calamidad. Tenemos ansiedad y una tristeza que tratamos de disfrazar, de ahuyentar pero todos y cada uno de nosotros tenemos un pequeño o grande pellizco en lo más profundo de nuestro ser.
Ahora, toca salvarnos. Si, nos tenemos que salvar aunque esa salvación suponga una Navidades agrias, deslabazadas pero antes de salvar la Navidad que ya está salvada en su sentido más profundo porque lo que se celebra es el nacimiento de Cristo y no otra cosa, nos tenemos que salvar nosotros y tenemos que salvar a los demás.
Con este convencimiento, reconozco que las luces navideñas me producen especial nostalgia y el corazón se ve asaltado por la impotencia y el dolor que me produce saber que hay ciento de miles de españoles, y no españoles, que llegarán al 24 de diciembre con su vida rota porque su negocio se ha ido al garete y ya con cincuenta años es difícil encontrar trabajo. Impotencia y dolor ante las colas del hambre, por las familias rotas por el dolor de la ausencia de aquel o aquella al que ni siquiera pudieron despedir, por los hijos pendientes del teléfono de la UCI en donde su padre o su madre lucha por vivir.
Demasiado dolor, demasiada calamidad para que no se imponga el sentido común, la responsabilidad, la solidaridad como para pensar en salvar la Navidad. No, nos tenemos que salvar nosotros de la angustia, del miedo, de la desolación que produce la calamidad. Los afectos no necesitan de presencia y se pueden y se deben preservar porque sin ellos nuestras vidas se reducirían al paso del calendario pero no hagamos un drama porque nuestra mesa es más pequeña.
Pensemos que el sacrificio de hoy es la tranquilidad de mañana, que no hay mejor vacuna que nuestra mascarilla, nuestra distancia, nuestra mesa reducida y siempre con la esperanza, incluso la certeza, de que todo esto pasará y cuando pase el tiempo lo recordaremos como algo que no nos ha ocurrido a nosotros. Pero sí. Nos esta ocurriendo a nosotros y nuestra primera obligación es salvarnos y salvándonos nosotros, salvamos a los demás.
Tranquilos. La Navidad está salvada porque, al menos los creyentes, tenemos la certeza de que Jesús, el día 24, volverá a nacer.