Todas las hipótesis que se han formulado para explicar el origen del Derecho han resultado inútiles, por la sencilla razón de que, como asegura R. Stammler, en su obra “La génesis del Derecho”, “lo único que cabe afirmar con seguridad es que donde quiera que aparecen seres humanos encontramos siempre una ordenación jurídica”. Y es que sociedad y Derecho son inseparables, de tal manera que no puede existir la una sin el otro.
Ante esa evidencia, Jaime Guasp afirma que “sólo es forzosa la preexistencia lógica de la idea de sociedad a la de Derecho, de ninguna manera, su preexistencia cronológica”, para terminar afirmando que “históricamente toda sociedad lleva aparejado un Derecho, de tal modo que, como el Derecho es necesario para la sociedad, ésta no puede vivir sin aquél”.
Así lo entendieron los juristas romanos cuando acuñaron la frase “ubi homo, ibi societas; ubi societas ibi ius; ergo, ubi homio ibi ius”, es decir, dado el hombre, dada la sociedad, dada la sociedad dado el derecho, luego dado el hombre, dado el Derecho.
Y Theodor Sternberg, insistiendo en la misma idea, reconoce que, “conceptualmente la vida social sólo puede explicarse como una convivencia regulada por normas” y agrega que, “hasta en los animales gregarios y otros simbióticos se encuentra algo con vigencia general que regula la comunidad a modo de norma”. Y, siguiendo a Aristóteles, concluye que, “la forma originaria de la existencia humana es la sociedad”.
Que no haya sociedad sin ley no quiere decir que todas las leyes traduzcan o reflejen un ideal ético de justicia, pues es innegable que existen leyes injustas y también evidente que sin leyes reinan el caos y la anarquía. Por eso Goethe afirmaba que, “prefería la injusticia al desorden”.
Cuando Hobbes sostiene que el hombre “es lobo para el hombre” y que el estado civil nació por la necesidad de evitar la “guerra de todos contra todos”, pensaba que el lobo, como dice Roger Kipling, “por su edad y su astucia, por la fuerza de su acerada garra, el lobo viejo, el jefe es el que, en casos no previstos, a cada cual le fija su derecho”.
Si, como decía Cicerón la libertad consiste en ser esclavo de la ley, es deseable que ésta sea lo más justa posible.
Finalmente, cuando se critica la ley de la selva por imperar en ella el dominio y la ley del más fuerte, lo que, realmente, se critica no es la fuerza de la ley, sino la ley del más fuerte, porque es evidente que las leyes no contienen recomendaciones ni dan consejos sino que prescriben mandatos de comportamiento obligatorio y, en su caso, coactivo.