Decir que el saber no ocupa lugar es ignorar que el saber debe ocupar el lugar preferente en la actividad del ser humano, como ente dotado de inteligencia y voluntad.
Como ejemplo, puede citarse el del erudito que es, sin duda, el que dedica más lugar en su cerebro a los conocimientos propios o adquiridos, esforzándose en conservarlos y aumentarlos con vocación y esfuerzo permanentes. A los eruditos o “pozos de ciencia” puede llamárseles también “hombres almacén”, según la terminología de Ortega y Gasset, por ejercitar su mente y cultivar su memoria, como un registro o archivo de sus conocimientos y vasta cultura.
Por su parte, el sabio o amante del saber, es decir, el “hombre fábrica”, según la propia terminología orteguiana, dedica un lugar preferente en su actividad intelectual a extender y profundizar las enseñanzas, tesis y su propia doctrina.
Ninguna de esas dos mentes descansa. Pero mientras la primera “acumula” y expone lo que recibe; la segunda, “crea y produce” por sí misma, aportando nuevas ideas y pensamientos.
Cuanto más el saber ocupe lugar en la vida de las personas, más se confirmará la afirmación de Aristóteles de que todos los seres humanos tienen por naturaleza afán o deseo de saber. Y este deseo de saber tiene que desplegarse en un doble sentido: acumulando lo conocido para que no se pierda e incrementando sus conocimientos para el avance de la humanidad.
A los monjes y a su trabajo y estudios en los monasterios y a los investigadores y maestros en las universidades se debe la conservación del ingente y valioso caudal de conocimiento teológico, filosófico, científico y técnico de la Antigüedad hasta nuestros días.
Es cierto que el saber está almacenado y conservado en los anales de las enormes bibliotecas que existen en el mundo; pero ese inmenso caudal de sabiduría y conocimiento es la obra y el resultado del esfuerzo y estudio de nuestros genios antiguos y actuales. Con esto queremos decir que no todo lo producido por el cerebro humano cabe en su cerebro; pero nada de lo producido por el ser humano se ha logrado fuera de su cerebro.
La importancia del saber debe subrayarse también, como preludio o antesala del conocer, pues saber que una cosa es o que existe no supone, necesariamente, que se sepa lo que es. Esta precisión conceptual sólo se logra mediante el conocimiento, que es el que nos permite, a través de los pensamientos, elaborar las ideas que se producen en nuestra mente o cerebro.
Que el saber siga ocupando lugar preferente para llegar a conocer la realidad es la base y fundamento de la sabiduría.