Es algo que está empíricamente demostrado: Cuando más resuena un enfervorizado grito de ¡unidad!, ¡unidad! en un partido, y cuanto más escorado esté a la izquierda con mayor efusión, es cuando la profusión y saña de las puñaladas alcanza su máximo esplendor. Es el próximo devenir de Podemos, pero no tiene por qué ser ni inmediato, ni sangriento, ni mostrando la cabeza del rival decapitado. No puede ser así y por ello lo que va a ser con seguridad será, pero será detrás del escenario, envuelto en sedas ideológicas y en mistificaciones de toda índole y haciendo como que no es así, sino que han sido ellos quienes se han quedado sin cabeza. Todo un cuerpo de doctrina excusativo y toda una vieja retahíla de monsergas para justificar el simple ¡vae victis!, la purga o como se le quiera llamar. Lo mismo en las mismas batallas por el poder a lo largo de los milenios y desde el principio de los tiempos de la humanidad.
Visto desde el lado del perdedor el hacerlo supone el arrasar con la pluralidad, reducir a jarrones rotos a quienes han osado plantear una alternativa. Visto desde el lado de los vencedores es algo lógico que quienes se han rebelado contra el líder sean arrojados a las tinieblas exteriores o todo lo más tolerados en el desván y quienes han permanecido fieles al jefe ascender en la escalera y el escalafón, y posar junto al triunfador. Para que nos entendamos todos, la purga de los derrotados y el ascenso de la camarilla de los cercanos son vasos comunicantes y es aquí también casi indescifrable si fue primero el huevo o la gallina.
En el caso de Podemos emergen a los costados del líder reconsagrado por los militantes dos grupos bien definidos. Por un lado, la vieja guardia filocomunista, no tanto del PCE, como se pudiera suponer, sino de quienes abjuraron precisamente de su papel en la transición y su apuesta constitucional: Cañamero y Monereo se inscriben ahí como también lo hace quien ha resucitado en todo su esplendor como el gran Rasputín, Juan Carlos Monedero, que nunca dejó ni de influir ni de mandar. Por el otro, están los devotos, la camarilla íntima: Irene Montero, Rafa Mayoral y Ramón Espinar. Ellos son los que a partir de ahora serán los reiterados protagonistas del “Photocall” podemita. Echenique para está ocasión el mejor “segundo” posible, porque ni siquiera está sino que viene cuando le toca venir.
Los borrados de la foto, que ya son mayoría si la comparamos tan solo con la de hace tres años, irán saliendo del foco de manera paulatina o quedarán reducidos a papeles de reparto secundarios y si alguno quiere sobrevivir ya sabe que tendrá que, y durante un buen tiempo, callar y acatar. Lo que sucedido en Madrid con el triunfo de Espinar es ahora lo que toca a nivel nacional. Se piensa en Errejón, pero serán muchos más. Tania Sánchez, antes que nadie y más aún por su condición de ex, y Rita Maestre serán otras dos caras que ya han comenzado a desvanecerse y aún se desvanecerán más. Pero el gran momento se visualizará cuando Iñigo desaloje su escaño en el Parlamento junto a Pablo.
La incógnita es quien lo sucederá. Carolina Becansa se hizo a un lado pero no se confrontó. Y señaló su voto al ganador. Pudiera servir, pero ¿permitirán su ascenso quienes si se arriesgaron y se fajaron en la batalla? En todo ello es en lo que vamos a estar entretenidos. Porque Vistalegre II no ha hecho más que empezar. Las consecuencias de la batalla, la explotación de la victoria y la digestión de la derrota, las conquistas y las pérdidas de feudos y territorios es lo que acaba de comenzar.