Es evidente que el tiempo, como cómputo de lo que sucede, no produce la misma sensación a las personas en todas y cada una de sus circunstancias y situaciones.
Con independencia de la distinción del tiempo en biológico y cronológico, siempre es consciente en la vida de las personas que el tiempo es un bien limitado e irreversible, que nos obliga a adoptar determinadas decisiones y a experimentar múltiples sensaciones que influyen en nuestra conducta y comportamiento.
Sabido es que el placer se desea prolongar y el dolor se trata de abreviar y que lo mismo nos pasa con la espera, que tarda en llegar si vamos a recibir un favor o beneficio y tarda en pasar, si sentimos un dolor o pena que padecemos.
A esas dos sensaciones se opone la creencia, más que la convicción, de que “el tiempo lo cura todo”.
El tiempo, como bien común puesto a disposición de los mortales, puede ser aprovechado o malgastado. Aprovechar el tiempo es cumplir el consejo de “todo a su debido tiempo”, es decir, no antes, que sería prematuro, ni después, que sería extemporáneo. Por otra parte, “dar tiempo al tiempo” es reconocer que hay cosas y actos que no deben precipitarse ni demorarse.
El tiempo se mide más por lo que nos pasa que por lo que pasa. Por eso, Protágoras decía que “el hombre es la medida de todas las cosas”.
El tiempo pasa pero no se debe dejar pasar el tiempo; más aún, pasar el tiempo equivale a perder el tiempo y esa pérdida es irrecuperable.
Si los seres vivos son, precisamente, los que mueren y, según Ortega, “tanto vale decir que se vive como que se desvive”, lo seres humanos vivimos en el tiempo pero el tiempo que vivimos es un crédito que amortizamos cada día pero cuya cancelación puede producirse en cualquier momento. Y esto es debido a que el futuro sólo existe cuando se hace presente.
Sólo somos dueños del presente y herederos del pasado; pero el futuro no existe si no se hace presente; antes puede ser una expectativa o una esperanza pero no tiene la certeza de lo que ha pasado ni la vivencia de lo que está pasando.
Es justo reconocer que el tiempo corre y las personas no pueden detenerlo. Cuando se dice que “se tiene mucho tiempo por delante”, se expresa un deseo o se “juega a las adivinanzas”, porque el futuro es, por su propia naturaleza, incierto e inseguro. Igual ocurre con la expresión “tener futuro”, que significa desear vivir muchos años, sin tener la certeza de que eso ocurra.
No cabe duda que la única manera de ganarle al tiempo es seguir el conocido refrán “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.