Los antisistema y los enemigos de la democracia se sirven, utilizan y exageran lo que consideran malo de la situación existente para combatirlo y conseguir el logro de sus fines y objetivos políticos.
Son movimientos o corrientes de opinión que tienen en común ser caóticos o catastrofistas. En efecto, para estos partidarios del caos, si la situación empeora se alegran, fomentando el desencanto y, si la situación mejora, se disgustan y tratan de criticarla e impedirla.
Son partidarios de “edificar demoliendo”. Son rupturistas, es decir, están decididos a partir siempre de cero, negando toda legitimidad a lo existente, tanto fáctico como normativo. Son atávicos, pues pretenden un salto atrás para enlazar, con tiempos pretéritos que consideran mejores, pese a haber sido superados y de resultados no totalmente satisfactorios.
Fieles a ese pensamiento sostienen que “cuanto peor, mejor” y, por otra parte, como contrapartida, que “cuanto mejor, peor”, es decir, que son coherentes y, por eso, coinciden en que hay que ensalzar lo peor y criticar lo mejor.
Frente a esa actitud, totalmente hostil y negativa, debe defenderse la tesis opuesta que podríamos enunciar diciendo que lo mejor no es que todo deba empeorar para que mejore, sino que todo debe mejorar para que no empeore.
Si, como venimos diciendo, los antisistema niegan y rechazan el presente y pretenden un cambio social que nazca “ex novo” es por lo que defienden en política un período constituyente que rompa con el pasado.
Esta visión nihilista de todo lo conseguido está en contradicción con la pretendida reforma de la Constitución, que ha servido de marco común de convivencia entre los españoles desde hace 39 años.
Para los antisistema como para los independentistas hablar de la Constitución y de su posible y conveniente reforma, mejora o actualización es predicar en el desierto. Sin embargo, entre los antisistema y los secesionistas existe una singular diferencia; pues mientras los primeros optan por una Constitución nueva, salida de un proceso constituyente, los independentistas defienden una Constitución nacida de un nuevo Estado catalán independiente.
Es evidente que socavar los cimientos del actual edificio constitucional es arriesgado y peligroso y, no digamos, si se pretende “borrón y cuenta nueva”. Esto último nos recuerda la Teogonía de Hesiodo que hace preceder el caos originario y primitivo al cosmos ordenado y regulado del universo y no a la inversa.
En definitiva, se trata de conciliar que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, con el principio innovador de renovarse o morir. Todo menos echarse a la piscina, sin saber si tiene agua y la profundidad o calado de sus aguas.