Si abandonamos toda hipocresía, tenemos que reconocer que el “egoísmo” es tan necesario para el ser humano como el “instinto” lo es para los animales.
El principio de subsistencia se apoya en superar todas las dificultades y satisfacer todas las necesidades que rodean la vida de las personas. Sin necesidades el egoísmo no existiría.
El amor al prójimo empieza por uno mismo. Ya en el Antiguo Testamento proclamaba Jesús el mandamiento que dice “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, lo que implica el reconocimiento expreso de que el altruismo es una virtud añadida al egoísmo que es una necesidad vital. Lo primero en el tiempo es el egoísmo; el altruismo puede considerarse, en este sentido, como el egoísmo hacia los demás o hacia los otros.
Si el amor al prójimo empieza por el amor a uno mismo, el necesitado no puede ser altruista ni generoso o desprendido, pues nadie da lo que no tiene. De ahí la dificultad de “hacer de la necesidad virtud”.
Se desea lo que no se tiene y no perder lo que se tiene. Al hombre le mueve el deseo natural de adquirir, de mejorar su status personal, familiar, profesional, económico y social.
Ninguno de esos status es posible si no se fomenta y promueve el interés personal por alcanzarlos o, como decía Adam Smith, “el ánimo de lucro”. Este autor tuvo la valentía de decir lo que, en el fondo, todos sabían pero que nadie se atrevía a proclamar: que el hombre es por naturaleza egoísta y que la humanidad sólo progresa reconociendo esa realidad y encauzándola en beneficio de la sociedad. Ese es el origen del nacimiento y riqueza de las Naciones. Sin “ánimo de lucro”, la actividad económica se paraliza y el progreso se detiene. Ánimo de lucro e interés por mejorar son las condiciones necesarias para triunfar personal y socialmente en beneficio propio y de los demás.
Si el progreso económico produce injusticias es mejor sancionar sus abusos y desigualdades que desmotivar su desarrollo e innegables ventajas.
En el reconocimiento de la naturaleza egoísta del hombre reside el principio hedonista de la ley del mínimo esfuerzo y el axioma jurídico de que “el que se obliga, se obliga a lo menos posible”.
Ese es el fundamento del “homo economicus”, cuyo origen conceptual se encuentra en el Libro II de “La Riqueza de las naciones” de Adam Smith de 1776, que se refiere al hombre como sujeto de las supuestas decisiones racionales dirigidas a maximizar el beneficio con el mínimo riesgo. Según esto, la ley del mínimo esfuerzo no es mala porque “optimiza nuestros esfuerzos”. No predispone a la inacción, sino que incita e inclina a actuar de manera más eficaz e inteligente.
En definitiva, fomentar el egoísmo y sancionar sus abusos es la mejor garantía para disfrutar de sus beneficiosos efectos y evitar sus perniciosas consecuencias.