El político debe ser hombre de “ideas” y tener ideales; pero no ser “idealista”. El “idealismo” niega, o mejor, reniega de la realidad que le rodea. El “idealista” es “ucrónico” y “utópico”. Vive fuera del tiempo y del lugar. Es voluntarista. No acepta la realidad tal como es, sino como él la desea, se la imagina o antoja.
Es cierto que los idealistas han sumado en su vida la realización de sueños en beneficio de los demás, haciendo avanzar el mundo; pero las columnas que sostienen a la humanidad son las que se conocen como “ideales”. Y éstos son los que persigue el político. El político, como hombre de acción, es pragmático y realista. No puede confiar en que el paso del tiempo amaine o logre escampar las tormentas. Los problemas tiene que afrontarlos, es decir, hacerles frente y no eludirlos.
El político debe rehusar los ensayos o experimentos. No puede utilizar a la sociedad como “banco de pruebas”, o “laboratorio” de experiencias sociales, que pueda reproducir a voluntad, sin tener previamente conciencia, de sus posibles resultados y consecuencias.
Como dice Ortega, “la política es el mundo de la eficacia” y “todo lo que no es eficaz es impolítico”, concluyendo que la política consiste no en “dar leyes” sino en “dar ideales”, entendiendo por éstos “cualquier posible mejora espiritual o material de la sociedad“. Por eso Karl Popper no dudó en afirmar que “sólo debemos sacrificarnos por los ideales”.
Dicho lo anterior, es cierto que los “ideales” nacen y se nutren de las “ideas”; pero no siempre aquéllos reflejan la verdadera naturaleza y significado de las ideas, que dicen representar y defender.
Para que exista correlación entre ambos conceptos, es indispensable que, a la “idea”, como arquetipo de elaboración mental, se añada el “ideal”, como propuesta práctica de vida en común que respete íntegramente el verdadero sentido de la “idea” matriz.
Los “ideales” son “patrones” o “propuestas” de convivencia, de acuerdo con una idea previa o preconcebida. Son “idearios” que se disputan en la vida política, la hegemonía o predominio para la organización y desarrollo de la sociedad.
Las “ideas”, como tales, son bienes “mostrencos” de los que se adueñan los “ideales” para su particular interpretación y aplicación práctica.
Precisamente, es en la política donde las ideas se mitifican, de tal forma, que llegan a idealizarse como ocurre, por ejemplo, con las ideas de libertad, democracia y justicia, cuya fuerza atractiva y legitimadora es tal, que ningún ideal político las niega o rechaza; antes al contrario, todos las utilizan arrogándose su única y exclusiva paternidad.
De ahí la necesidad de que los “ideales” respondan fielmente a las “ideas” en las que se inspiran, pues en la práctica son los ideales, como pautas de comportamiento, y no las ideas los que se nos presentan como opciones reales de convivencia ciudadana.