Los plenos municipales en A Coruña serán a las cinco de la tarde y los periodistas nos debatimos entre llevar un sombrero cordobés propio de las grandes faenas o un termo con té y voluntad de practicar la flema inglesa.
Al margen de que a uno le guste o no hacer de la merienda un acto social distinguido o sea aficionado o bien aborrezca la fiesta nacional, en el imaginario colectivo de todos las cinco campanadas son sinónimo de estos eventos. La metáfora es inevitable.
Los que a tal hora somos más de cuarteto de cuerda que de pasodoble –a no ser que la pieza suene en pleno festejo popular con orquesta y pista de baile– imaginamos una reunión con camareros de guantes blancos sirviendo terrones de azúcar con pinzas de plata y pequeñas montañas de pastas de mantequilla repartidas por el salón de sesiones. Concejales aclarándose la garganta con afectación antes de sus intervenciones, monocordes y educadas hasta el extremo estas, solo una chispa de ironía, y asentimientos casi imperceptibles desde las bancadas de la sala para mostrar apoyo a los suyos.
Aunque el control del gasto –austeridad suena monacal– desaconseja los dispendios en tentempiés; así que cualquier ofrecimiento más allá de agua del grifo –la calidad de la traída coruñesa es incuestionable– parece imposible. Y sin excusa para ejercer de gentlemen, la opción de salir a la arena a embestir o esquivar pitones se presenta más que probable en un futuro próximo.
Una lucha en la que costará distinguir quién lleva el traje de luces y quién cabecea en busca de un blanco fácil para clavar el asta. Con banderillas verbales asaeteando espaldas de todos los colores, llamadas en forma de acusación para que el contrario entre al trapo y subalternos al quite cuando la cornada es inminente.
Veteranos y aprendices en el arte de correr al burladero si el peligro es claro y atrevidos que esperan al rival a puerta gayola se encargarán de dar espectáculo al público, que podrá jalear los lances desde el gallinero a modo de banda municipal o, llegado el caso, sacar los pañuelos y pedir trofeos para quienes firmen una actuación digna del ruedo político herculino. En el que, todo apunta, se verán más capotazos al aire que diestros entrando a matar. Quizá, también a maestros en horas bajas que se reservan para las ocasiones especiales y, sin duda, a amantes de la estética que se recrean en las verónicas, las chicuelinas y los pases de pecho de la retórica para complacer a sus fans. Si es que acuden a la cita; al fin y al cabo, en esta ciudad no gustan las corridas.