Bulocracia

Cuando asistimos a una verdadera eclosión de neologismos o “palabras nuevas” para expresar “ideas viejas”, como “posverdad”, “posmentira”, “noticias falsas”, “medias verdades” o “multimentiras”, no cabe duda que todas esas patologías de la verdad pueden incluirse en el concepto más amplio de “bulocracia” o imperio de la manipulación masiva que, como dice Pedro Baños, experto en relaciones internacionales, nos invade, de tal manera, que “desde que nos levantamos, somos manipulados”.
Se trata de rechazar la verdad, desfigurándola y disfrazándola, mediante el arte de la manipulación masiva. A ésta se refiere Alex Grijelmo que la analiza, a través de los siguientes conceptos, la “posmentira” que conduce, como dice ese autor, a “la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y, a la vez, es capaz de creerse cualquier cosa”. No cabe duda que esta es la materia prima de que se vale la manipulación informativa y de la comunicación.
También alude a la “posverdad” que considera eficaz “como engaño basado en verdades o envuelto sutilmente en ellas”. Cita, igualmente, la “insinuación” que consiste no en usar datos falsos pero sí en sugerir con las palabras o las imágenes, ideas o conclusiones que se extraen de ellos pero que llegan “mucho más allá”. A veces, se utiliza la imagen para sugerir la interpretación del texto, sin que exista correspondencia de la una con el otro.
Se refiere también a la “presuposición” y el “sobrentendido” que consisten en dar por bueno lo que es discutible o, como decimos en Derecho, “hacer supuesto de la cuestión”. Por último, el autor que nos ocupa se refiere, también, a “la falta de contexto”, que es, sin duda, la más burda de las manipulaciones, pues le hurta al lector el texto completo, mutilándolo y manteniendo solamente lo que se presta a la interpretación distinta o contraria de lo que el texto, en su conjunto, describe. Esto es lo que se llama sacar las ideas o argumentos de contexto.
Todo lo anterior nos demuestra que, cada día, se extiende más la idea de que lo realmente importante no es lo que intrínsecamente sea verdadero o falso, sino lo que, en la práctica, resulte más útil y favorable al fin que se persigue. La verdad ha dejado de ser un valor fijo y seguro para conocer y aprehender la realidad, aplicable a todos los casos y situaciones. Como dice Marco Aurelio, “es verdad que lo que más nos importa es la opinión pública; antes nos preocupamos del qué dirán que de lo que podamos decir nosotros”. Y Nietzsche, fiel al subjetivismo, afirma que “no existen hechos, sino interpretaciones”. Esta afirmación es equivalente a la de Protágoras, el filósofo estoico que decía que el hombre “es la medida de todas las cosas; de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”.
En definitiva, si informar es desarrollar una actividad mediadora entre la realidad y su conocimiento o difusión, la noticia que no se corresponda con los hechos, no sólo producirá desinformación sino que dará lugar al cúmulo de falsas noticias o “bulocracia”, tan nefasta como abundante en nuestros días.
El viejo principio de “la verdad aunque duela” ha sido sustituido por la verdad que sea útil a nuestros intereses y objetivos. La verdad ya no es, como decía San Agustín, “lo que es”, “verum est id quod est”, sino la verdad es lo que nos conviene que sea.

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