Suele haber coincidencia en considerar que el optimista lo ve todo de “color de rosa” y el pesimista lo ve “todo negro”. Esta distinta perspectiva lleva al primero a creer que “las cosas pueden ir a mejor” y al segundo a sostener que “todo puede empeorar”. Se trata de dos actitudes sicológicas contrarias respecto al enfoque y manera de enfrentarse a la realidad. Frente a esas dos actitudes, el escéptico se mantiene neutral, sosteniendo que si las cosas no tienen solución no hay por qué preocuparse y que si la tienen, tampoco hay por qué preocuparse.
El exceso de optimismo produce euforia y decisión; el de pesimismo, desánimo y desesperación. El optimista se caracteriza por su confianza en la acción; el pesimista por el miedo a actuar.
Según lo anterior, en política es innegable que siempre es preferible la acción a la inactividad. Si es cierto que por miedo a dar un paso en falso, nadie se equivoca, también es cierto que ese conservadurismo no contribuye al avance y progreso de la sociedad. Los dos extremos de exaltación del optimismo y elogio del pesimismo los encontramos, respectivamente, en Rubén Darío con su “Salutación del optimista” y en Espronceda en su poema “La desesperación”, considerado el más incendiario del siglo XIX y que hoy se considera escrito por Juan Rico y Amat.
Dejando aparte los dos ejemplos anteriores, por su radicalismo, que bien podríamos calificar de “orgiástico” en defensa de una y otra postura o tesis, el filósofo por antonomasia del pesimismo fue Schopenhauer que “entre vale la pena vivir” o “más valdría no haber nacido” se inclina por esta última opción. Tan es así, que esa mirada parcial le impidió ver el aspecto vital bueno del mundo de tal manera que sólo fue capaz de percibir “lo que atormenta, lo pésimo que en efecto existe”, como dice Joan Solé. Una última observación nos permite rechazar la afirmación de que el mayor delito de los hombres es el de haber nacido y que se viene repitiendo desde Teognis de Megara”, afirmando que “el mayor delito de los hombres es el de haber nacido, pero si uno ha nacido ya, lo mejor es ir cuanto antes al Orco y reposar espesamente cubiertos por la tierra”.
También es pesimista la expresión que Calderón de la Barca en su obra La vida es sueño, pone en boca de Segismundo cuando niega haber cometido delito alguno por nacer pero sí reconoce que “el delito mayor del hombre es haber nacido”. En conclusión, diremos que el pesimismo por haber nacido no debe confundirse con el delito de haber nacido pues éste no lo comete el que nace, pues, como es sabido no nacemos sino que nos nacen, ni venimos al mundo sino que nos traen. Lo que sí es cierto es que si a nadie se le consulta para nacer, una vez que nos vemos “arrojados a la vida”, como dicen los existencialistas, nos la tenemos que arreglar nosotros.