No es nuevo que el tema de los zombis es un fenómeno mundial. Desde la literatura hasta el cine, pasando por la televisión y el comic, los muertos vivientes han tomado el mundo de los vivos para solaz de quinceañeros, sobre todo, y beneficio de las multinacionales del entretenimiento. Hasta el momento, los cachocarnes ambulantes eran patrimonio de esos sectores de población y ámbito empresarial. El negocio del miedo hecho de cartón piedra o de látex siempre ha tenido ingentes masas de seguidores. Vampiros, lobishomes, marcianos, fantasmas, bestias o bacterias asesinas han amenazado y asustado a la especie humana desde antiguo. El terror, presente desde las cavernas del paleolítico hasta las salas de los multicines.
La cosa empezó cuando el ser humano tuvo conciencia del yo, de la muerte y de la posibilidad de trascenderla. Nació ahí el mundo de los espíritus y la forma de relacionarse con ellos. Se buscaron las maneras de comunicarse con el otro mundo y las puertas para colarse en él (a ser posible en viajes de ida y vuelta). El sidh, la entrada al más allá de los celtas, que se abre en samhaín, el primero de noviembre. Los túmulos no son tumbas, son puertas. Pero es un mundo desconocido para el mortal que quiere seguir siendo vivo. Y, según la intensidad y las circunstancias, lo desconocido causa recelo, temor, miedo y, finalmente, terror, algo que provoca a un tiempo rechazo y una atracción incontenible.
Noviembre es el mes de los muertos, cuando las autopistas de entrada y salida al más allá están abiertas. Siempre aparecen por estas fechas los fantasmas del pasado. Y nos hablan. Y nos dicen. Ya se han materializado Aznar, Felipe González, Guerra... Bono, que no estaban muertos, que estaban de parranda. Todos queremos ver a los difuntos aunque no tenerlos delante, oír a los difuntos tapándonos los oidos, tratar con los difuntos aunque nos produzca pánico.
Es atavismo cavernario. Rechazo y atracción. Y debe de ser ese impulso atávico lo que ha llevado a la izquierda española a andar removiendo tumbas. Le llaman justicia, pero se pasan de frenada y acaba por parecer morbo.
Ahora se les ha dado por querer sacar del Valle de los Caídos, donde reposa bajo una losa de tonelada y media, el coxis y demás osamenta de Paquita la culona. Como broma de Halloween no está mal. Pero hay muertos que no se deben tocar y criptas que no han de ser abiertas, no vaya a ser que el fiambre se convierta en un zombi.
Estas fechas se prestan a ello. Nada sería más terrorífico que ver aparecer un enano descarnado o putrefacto con la mandíbula desencajada, los ojos saliéndose de las órbitas y los vermes recorriendo la carne podrida mientras con un hilillo de voz de pito de ultratumba nos diga: “Españoles todos...”
¿A que saldríamos todos cagando melodías?