El teatro etarra para escenificar su rendición, producida en realidad hace ya años, acorralada y derrotada por la sociedad democrática y las fuerzas de seguridad, no ha podido ser más previsible. Los consabidos figurantes internacionales, unos pomposos desnortados autodenominados “artesanos de la paz”, o sea, tontos útiles del terror en su intención de vestirse de seda y hasta de bondad heroica, los de la foto con Otegi, lo del PNV ya sabido, lo de Podemos repulsivo en su conocida empatía por los verdugos y su desprecio a los agredidos, lo del PSOE vergonzante y vergonzoso, evitable y doloroso para ellos mismos, y lo de Bayona pues la habitual parafernalia de la banda intentando que la mentira y la desmemoria de sus años de asesinatos se imponga la verdad del sufrimiento, el dolor y el coraje de las victimas y de una sociedad democrática y pacífica que consiguió vencerles.
Fueron ellos los asesinos, quienes al llegar la democracia y producirse la amnistía general en vez de reintegrarse y aceptar las normas de convivencia, libertad y democracia siguieron la senda del tiro en la nuca, el secuestro, la bomba y con su pretensión de imponer por la fuerza y la violencia su designios. Hicieron un daño inmenso. No consiguieron nada. Tuvieron que dejar de matar porque ya no podían hacerlo y uno tras otros los pistoleros y sus jefes terminaban en las cárceles. Dejaron de asesinar porque cada vez les costaba más hacerlo y cada vez duraban menos sin ser detenidos. Y cada vez más las gentes abominaban de ellos.
Por eso dejaron de matar, pero por dejar de amenazarnos y matarnos no vamos a ser tan imbéciles de estarles agradecidos, ni pensar que les debemos nada. Ellos son los que tienen una deuda de sangre con esos más de 850 muertos y con los miles de heridos que causaron. En Bayona y por donde pueden y con las complicidades bien conocidas, pusieron en escena su habitual pantomima, de la que nos quedan aún una buena ristra de sainetes. La mejor respuesta se la ha dado ese Manifiesto contra la Impunidad que pretenden y que han protagonizado quienes mejor supieron plantarles cara en los años del plomo, el Gobierno de España se ha mantenido donde debía y el vasco ha optado por hacer luz de gas y no aparecer ni por asomo, lo cual es un algo.
¿Pero qué es lo que queda? Pues que han quedado en nada. Que vale, que entreguen esas armas, las que saben donde paran que es seguro que otras ni lo saben, y que se disuelvan cuanto antes y que vayan teniendo claro que habrán de seguir pagando por sus delitos. Que no haya tentaciones en eso de ningún tipo. Eso esperamos por dignidad y justicia. Sin embargo, con lo que me quedo es con su fracaso, hasta en el teatro. El impacto del montaje ha sido mínimo. Antes uno de sus comunicados hubiera abierto los telediarios y acaparado la información. En esta ocasión en el actual estado de cosa, se ha hecho el caso justo, el que había que hacerle y poco más que decir. Porque es lo mejor que puede hacerse, dejarles en lo que son, y eso también, no callar y proclamar la verdad y no permitir que su relato sea el que subsista y que se olvide quienes eran y que son: terroristas y asesinos.